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Antoni Puig Solé – ElComun.es 10/09/2022

La energía y sus costes siempre han jugado un papel de primer orden en el cambio tecnológico, en los incrementos de productividad, en los procesos inflacionarios y en la evolución del ciclo económico.

Antes de que se impusiera el modo de producción capitalista, se utilizaban animales como fuente principal de energía. En algunas actividades también se empleaba el agua y sólo excepcionalmente energía eólica, pues el viento era y es inconstante e incontrolable. En los hogares se recurría a la leña tanto para cocinar como para calentarse. La leña también era el recurso energético para hornear el pan.

En sus escritos juveniles Karl Marx ya reflexionó sobre la mercantilización de la leña -incluida la leña caída que antes se podía recoger libremente- lo cual empobreció más a los pobres, dificultando su acceso a lo que era su principal recurso energético. Años después, en El Capital, Marx explicó como el cambio provocado por la introducción de la máquina de vapor incentivó la producción capitalista y el carbón pasó a ser la fuente energética principal de la industria, acelerando la productividad del trabajo. Posteriormente se empezó a utilizar la electricidad, pero Marx no vivió lo suficiente para analizar a fondos los cambios que comportaba.

Si bien siempre ha existido una fuente de energía hegemónica, nunca ha sido única. En la época de la máquina de vapor, por ejemplo, algunas industrias recurrían a la energía hidráulica, lo que significaba para ellas una ventaja comparativa, al no soportar los costes asociados al carbón. Sin embargo, los recursos hidráulicos ya eran entonces exiguos y no garantizaban la potencia hídrica necesaria para girar los engranajes de las nuevas grandes fábricas que cada vez perseguían niveles de productividad más altos.

El paso a formas de energía más densas, como los combustibles fósiles, ampararon los años «más brillantes» de la producción capitalista, garantizando el acceso de los obreros al automóvil y a la energía eléctrica, gracias a los altos incrementos de productividad, lo que avaló una cierta paz social en la parte del mundo más industrializada, mientras crecía la acumulación de capital.

En las últimas décadas ha habido una supuesta apuesta generalizada por la energía limpia a la que se ha destinado mucho dinero del que se han beneficiado algunos capitalistas. El posible agotamiento de los recursos fósiles, los problemas ambientales, un miedo irracional a la dependencia de las importaciones de gas natural ruso y las reticencias hacia la energía nuclear han abonado esta supuesta apuesta. Sin embargo, el porcentaje de energía global generada por los combustibles fósiles apenas ha disminuido del 85,54 al 82,28 por ciento, mientras el consumo energético global no ha cesado de crecer. El grueso de las reducciones de los combustibles fósiles ha venido de la sustitución del carbón por gas natural lo cual ayuda a entender la vuelta reciente al carbón.

La elevación del coste de la energía ha acompañado a muchas de las crisis del capitalismo, pese a que nunca ha operado como el elemento único de la crisis. También es una de las causas que impulsan la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y de la subida de precios, o sea de la inflación.

De hecho, los recursos energéticos son uno de los elementos de la producción más sensible a las fluctuaciones de los precios pues deben emplearse permanentemente y en las cantidades adecuadas para poder garantizar la continuidad de la producción. Estas fluctuaciones provocan trastornos e incluso catástrofes en el proceso de reproducción y todo lleva a pensar que ahora nos encontramos ante uno de estos grandes trastornos.

Es obvio que una de las principales razones que se esconden tras las fluctuaciones de precios es la política occidental contra Rusia.  Las exportaciones de petróleo de Rusia representan el 10% del comercio mundial de petróleo y sus exportaciones de gas natural casi el 20% del comercio mundial. Por otro lado, Rusia es el mayor exportador de trigo del mundo.

Pese a la supuesta soberanía de la Unión Europea, lo cierto es que los Estados Unidos quieren prohibir a la Unión Europea y a otros países comprar petróleo y gas baratos a Rusia, lo que ha llevado al reciente récord del precio del gas natural. Una parte de esta subida se debe a que los EEUU se está convirtiendo en suministrador de gas licuado a Europa, un gas muy caro obtenido a través de fracturación hidráulica. Otra parte proviene de los laberintos para comprar a escondidas gas ruso, puesto que, pese a las sanciones, en ningún momento no se ha dejado de comprar. Paradójicamente, el principal importador mundial de gas ruso, durante los meses de julio y agosto, fue España, que compró más gas ruso que países tan poblados como India y China. Da risa oír como el presidente del gobierno español quiere presentar a España como un suministrador de gas para “acabar con la dependencia del gas ruso”, mientras se convierte en el principal comprador de este gas.

Mucha gente ya se está dando cuenta del enorme perjuicio que todo esto ocasiona. En diversas ciudades europeas se estén llevando a cabo grandes movilizaciones contra la actuación incendiaria de la Unión Europea en Ucrania y en las que se empiezan a oír gritos demandando la disolución de la OTAN. Este es un camino que la clase obrera de nuestro país debería seguir.

Mucha gente ya se está dando cuenta del enorme perjuicio que todo esto ocasiona. En diversas ciudades europeas se estén llevando a cabo grandes movilizaciones contra la actuación incendiaria de la Unión Europea en Ucrania y en las que se empiezan a oír gritos demandando la disolución de la OTAN. Este es un camino que la clase obrera de nuestro país debería seguir.

Artículo Original: elcomun.es

Antoni Puig Solé – ElComun.es 06/08/2022

En ciertos ámbitos de la izquierda y del sindicalismo la inflación actual es leída como una consecuencia directa de las ganancias empresariales. Se trata del enésimo intento de afirmar que los problemas del capitalismo no proceden de sus propias dinámicas sino de la codicia de unos cuantos, escondiendo que el apetito de ganancia no es una característica pasajera del capital, sino que es persistente.

Lo primero que cabe decir es que estamos ante un vuelco de la tesis tradicional que sostiene que los incrementos salariales provocan inflación. Mientras el discurso de derechas asocia la inflación al salario, el actual discurso «sindical y de izquierdas» invierte el argumento para imputarla a la ganancia.  

En ambos casos, el argumento suele acompañarse de datos reales y contrastables. Ahora, por ejemplo, se destacan las ganancias de las empresas energéticas, las de las entidades de crédito o las de algunas grandes superficies comerciales. Yo añadiría las de las empresas armamentísticas que algunos parece que quieren obviar.  

Sin embargo, en lugar de asociar todas estas gigantescas ganancias empresariales a la inflación, deberíamos preguntarnos si detrás no se encuentran el incremento de la explotación del trabajo, la especulación, las oportunidades derivadas de una coyuntura favorable para ciertos sectores económicos, las situaciones de dominio, el acceso privilegiado al dinero barato…, o los ingresos provenientes de los precios de monopolio, pues hay de todo «en la viña del señor».

Como ocurre al asociar los salarios a la inflación, para asociarla a la ganancia se parte de la dichosa fórmula trinitaria de la Economía Política que quiere explicar los precios como suma de renta de la tierra, salario y ganancia. Así, el precio de la mercancía se derivaría de la remuneración de «los tres factores» que intervienen en su producción y cada «factor» obtendría el equivalente a ‘su aportación», presentando las tres remuneraciones como algo «natural» y escondiendo con ello, la explotación del trabajo asalariado. A partir de aquí, el aumento de los precios se suele imputar al incremento de alguno de sus «factores» y a veces, como ocurre ahora, se añade que es intolerable que «el factor» incrementado obtenga una remuneración por encima de «la tasa natural» adecuada a «su aportación». Este incremento del precio, derivado del incremento «no natural» de uno de «los factores» impactaría sobre los otros dos ‘factores» que no lo avivaron, originando una espiral inflacionaria.

Marx no comparte este planteo. Considera que el valor de todas las mercancías producidas es la suma del valor transferido por unos medios de producción que fueron producidos previamente (a los que rotula como trabajo muerto) y el valor agregado por el trabajo vivo que se distribuye entre salarios y ganancias (incluidas las rentas).

Como que los precios de las mercancías se expresan de manera dineraria, el dinero opera como equivalente general y la depreciación del valor del dinero provoca un aumento en los precios. Esta depreciación del dinero no se puede asociar a los incrementos de la ganancia empresarial o a las mejoras salariales. ¡Responde a otras causas! A lo largo de la historia del capitalismo los salarios y las ganancias se han alterado -a veces rápidamente- sin provocar dinámicas inflacionarias. Por supuesto, una vez iniciada una dinámica inflacionaria como la que estamos viendo, la lucha de clases en torno a la distribución del ingreso debería agudizarse. Los aumentos de precios deberían desencadenar las luchas de los trabajadores para recuperar el poder adquisitivo de sus salarios. Esta debería ser, precisamente, la labor de los sindicatos. Como que esta labor entraña riesgos y sacrificios y precisa de una estrategia robusta, algunos prefieren suplicar un «arreglo del desaguisado» a través de controles sobre los beneficios y los precios. Así se pueden disimular las incapacidades sindicales derivadas de las decisiones erróneas tomadas en las últimas décadas y se abona el terreno para atenuar el conflicto cosiendo un acuerdo con la patronal para que se «comprometa a reducir beneficios» a cambio de una «moderación en los incrementos salariales» que encauce la negociación colectiva.

Como que los precios de las mercancías se expresan de manera dineraria, el dinero opera como equivalente general y la depreciación del valor del dinero provoca un aumento en los precios. Esta depreciación del dinero no se puede asociar a los incrementos de la ganancia empresarial o a las mejoras salariales. ¡Responde a otras causas! A lo largo de la historia del capitalismo los salarios y las ganancias se han alterado -a veces rápidamente- sin provocar dinámicas inflacionarias. Por supuesto, una vez iniciada una dinámica inflacionaria como la que estamos viendo, la lucha de clases en torno a la distribución del ingreso debería agudizarse. Los aumentos de precios deberían desencadenar las luchas de los trabajadores para recuperar el poder adquisitivo de sus salarios. Esta debería ser, precisamente, la labor de los sindicatos. Como que esta labor entraña riesgos y sacrificios y precisa de una estrategia robusta, algunos prefieren suplicar un «arreglo del desaguisado» a través de controles sobre los beneficios y los precios. Así se pueden disimular las incapacidades sindicales derivadas de las decisiones erróneas tomadas en las últimas décadas y se abona el terreno para atenuar el conflicto cosiendo un acuerdo con la patronal para que se «comprometa a reducir beneficios» a cambio de una «moderación en los incrementos salariales» que encauce la negociación colectiva.

Artículo Original: elcomun.es

Roser Espelt – xarxanet.org 22/07/2022

Estagflació, deute global, tipus d’interès… últimament, molts d’aquests termes apareixen als mitjans de comunicació generalistes per explicar la situació actual. Tot i ser qui rep amb més violència les conseqüències de les crisis econòmiques, la majoria de la població es troba desinformada sobre el tema.

Des del Seminari d’Economia Crítica Taifa, un espai dedicat a l’autoformació i la divulgació sobre economia política, pretenen contribuir a la transformació de la societat impulsant el pensament crític des d’una perspectiva anticapitalista i comunitària.

Per què hi ha un desconeixement tan generalitzat sobre economia?

No creiem que sigui una qüestió casual. Hi ha un interès en no oferir un relat adaptat i simplificat. Perquè així, creant un relat allunyat i incomprensible, recobrint-lo de paraules innecessàriament tècniques, s’oculta l’essència política de l’economia.

Si es fes el contrari, la gent s’adonaria que aquestes qüestions no li són alienes i que són injustes. Entendrien que la misèria té uns responsables, i que el fet que hi hagi rics i pobres no respon a cap ordre natural. L’economista Joan Robinson deia: “És necessari aprendre economia, precisament perquè els economistes no t’enganyin”.

Roser Espelt: “El fet que hi hagi rics i pobres no respon a cap ordre natural”.

Últimament es parla molt d’estagflació. Què és exactament?

El terme va aparèixer amb la crisi dels 70. L’estagflació es dona quan es combinen dos fenòmens: la inflació (pujada generalitzada dels preus) i la recessió (disminució de l’activitat comercial i industrial que comporta atur, descens dels salaris i dels beneficis).

Fins al moment no s’havia donat i, de fet, els teòrics havien determinat que aquests dos fenòmens mantenien una relació inversa. És a dir, que quan hi ha més atur, els preus dels productes disminueixen. Per què? Doncs perquè quan hi ha més atur, els salaris també acostumen a baixar i, per tant, també ho fa la demanda de productes —amb la qual cosa, els preus tendeixen a disminuir.

Llavors, com és possible que actualment s’estiguin donant els dos fenòmens alhora?

Actualment, el que està generant pressió inflacionària és el manteniment del marge empresarial en un context d’augment de costos. És a dir: les empreses estan veient que els costos de producció augmenten i, per mantenir els seus beneficis, apugen els preus dels productes.

El que estem veient és això: que els salaris continuen sent baixos, però els preus també estan pujant. Una vegada més, el sistema capitalista fa assumir les conseqüències dels seus problemes a les persones treballadores, mai a les propietàries del capital, que són les qui manen.

Es parla de la pandèmia, de la guerra d’Ucraïna i de l’encariment dels combustibles fòssils com a possibles causes d’aquesta situació. Realment és així?

És cert que tots aquests elements han pressionat a l’alça els preus, però en realitat són explicacions superficials. No es volen assumir problemes que són de caràcter estructural: les decisions de què i com es produeix, i de com es distribueix, no responen a l’objectiu de que tothom tingui el que necessita, sinó a l’objectiu que aquells que han invertit en un negoci determinat n’extreguin el màxim benefici. Al capitalisme el que regeix és el lliure mercat. És a dir, el lliure interès.

Són cícliques les crisis, o estem arribant a un punt de no retorn?

No considerem que siguin cícliques. Cada vegada és més complicat seguir creixent. I no només per una qüestió de limitacions físiques, sinó de rendibilitat: cada cop surt més car créixer. Actualment, ens trobem a una fase molt avançada del procés d’acumulació capitalista.

Roser Espelt: “Ens trobem a una fase molt avançada del procés d’acumulació capitalista”.

Cada cop hi ha laxes més curts de temps entre una crisi i una altra, perquè cada cop és més difícil pel capitalisme superar les seves pròpies contradiccions. És una eterna fugida cap endavant. A més, els mecanismes que apliquem per sortir d’una crisi, són els que ens acaben portant a la següent. Com per exemple, abaixar o apujar els tipus d’interès.

Què són els tipus d’interès?

És l’interès que cobra el Banc Central Europeu -qui té el monopoli de la creació dels diners- als bancs comercials. Si el BCE està cobrant una taxa del 2% al BBVA, per exemple, aquest m’haurà de cobrar a mi un 5% quan demani, per exemple, crèdit per a una hipoteca. Com més alts siguin els interessos, menys crèdits demanarà la gent (es comprarà menys).

Es baixen perquè els bancs tornin a ser fiables, puguin prestar diners i l’economia es reactivi de nou (però un cop recuperat el ritme d’inversió, torna a passar el mateix). S’apugen perquè surti més car endeutar-se i, per tant, la gent consumeixi menys (de manera que, en teoria, baixarien els preus i es controlaria la inflació).

I quan parlem de deute global, de què parlem?

De tot el deute que hi ha al món. L’any 2020 és l’any en què més va augmentar el deute a nivell global des de la II Guerra Mundial, degut a la pandèmia. Però, en realitat, ha estat augmentant exponencialment des dels anys 70.

Aquest deute no es produeix perquè la gent visqui per sobre de les seves possibilitats. Això respon a un model econòmic determinat que s’inicia als anys 70 i que respon a una forma neoliberal d’entendre el món.

Actualment, el deute global equival al 350% del Producte Interior Brut (PIB). Com es tradueix això?

Tot el món hauria de treballar tres anys i mig destintant tots els guanys al pagament del deute. Però tampoc tindria sentit, perquè se’n crearia de nou. El deute global pot ser públic (o sobirà), que seria el que té cada país, o pot ser privat, que és el que tenen les empreses. Ara s’està parlant d’una crisi del deute global: això vol dir que hi ha el perill de no poder retornar el deute. Per això s’augmenten els tipus d’interès.

Com afecta l’estagflació als països del sud global?

Cada país té les seves característiques, però és cert que la majoria porten anys d’espoli de les seves matèries primeres i són dependents de les inversions exteriors per extreure els seus propis recursos.

En context d’estagflació, tenen problemes tant per exportar (perquè ningú els compra, ja que hi ha recessió econòmica), com per importar (degut a la inflació). Així, es troben en una situació de dèficit exterior estructural, que a més a més provoca que la seva moneda es devaluï. És el que hem vist a Sri Lanka: s’ha acabat el petroli, no han pogut comprar més a fora i, per tant, el país ha fet fallida.

Ens estem mobilitzant prou com a societat?

Ara, qui té el poder, l’utilitza per perpetuar l’explotació de les persones treballadores i per destruir l’ecosistema. Si volem canviar les coses, hem de prendre aquest poder. I per això, òbviament, cal organitzar-se i mobilitzar-se. La poca conflictivitat social que hi ha és multicausal (la precarietat, per exemple, pot ser un element desmobilitzador), però té una relació clara amb la ficció generada per part dels polítics segons la qual el canvi passa per un respecte de les normes establertes.

Roser Espelt: “La poca conflictivitat social que hi ha és multicausal”.

En aquest sentit, cal revertir la tendència que hi ha hagut de pensar que la lluita passa senzillament per intentar arribar a les institucions i als espais de poder. Per més que això pugui ser important, no és l’únic que s’ha de fer.

Les solucions màgiques no existeixen, però… quines propostes faríeu per revertir o millorar la situació actual?

S’ha d’apostar per la superació d’aquest sistema injust que condemna a la misèria a la majoria de la població, i que aprofita cada crisi per augmentar les butxaques dels qui més tenen. Tot i així, fent una revisió crítica de les mesures que s’estan aplicant, considerem urgent un control de preus (perquè ara res obliga les empreses a reduir els seus beneficis); el decreixement de tots aquells sectors on no hi tingui cabuda un model de desenvolupament sostenible, i el creixement d’aquells en els quals hi hagi mancances. També cal acabar amb al dictadura del deute.

Ara, però, cap Estat té la voluntat de dur a terme aquestes polítiques. Perquè, per més que reguin amb engrunes les classes populars amb aquestes mesures que ni solucionen ni ens allunyen del problema, estan al servei dels interessos dels qui més tenen.

Si es fes el contrari, la gent s’adonaria que aquestes qüestions no li són alienes i que són injustes. Entendrien que la misèria té uns responsables, i que el fet que hi hagi rics i pobres no respon a cap ordre natural. L’economista Joan Robinson deia: “És necessari aprendre economia, precisament perquè els economistes no t’enganyin”.

Artículo Original: xarxanet.org

Miren Etxezarreta – Publico.es 12/07/2022

Se está presentado ‘el pacto de rentas’ como uno de los más importantes instrumentos para enfrentar el rápido aumento de precios que está experimentando la economía española. Sin más precisiones sobre el mismo, por lo menos para la opinión pública, de que este supondrá el control de los aumentos de salarios y que ‘los márgenes empresariales no aumenten’. Nos señalan, claro, que se trata de evitar que las reivindicaciones salariales y el traslado de las mismas a los precios de los productos conviertan el aumento de precios en una espiral precios-salarios-mayores precios.

¿Qué supone una política de rentas? Que los salarios no crezcan o crezcan considerablemente por debajo del aumento de precios, y, según lo  manifestado por la Sra. Calviño, que ‘los márgenes de las empresas no aumenten’; es decir, que las empresas aceptan mantener sus márgenes, lo que les permitirá no alterar los precios de sus productos, y frenar su aumento, lo que posiblemente incidiría a la baja  en sus beneficios empresariales.

Esta política afecta seriamente la distribución del producto social por lo que se pretende el acuerdo y la aceptación de los agentes sociales -patronal y sindicatos- y se justifica con el argumento que todos tenemos que contribuir a resolver el problema de la inflación y que el coste de la inflación tiene que ser compartido por toda la población de manera justa y equilibrada. No obstante hay algunos elementos que pueden hacer pensar que casi siempre esta política, y desde luego por lo que se sabe su planteamiento actual, sufre de algunos elementos que afectan seriamente esta justicia y equilibrio y que una mayoría de la población -los trabajadores – se ve obligada a soportar desproporcionadamente los costes de la inflación, mientras que los beneficios empresariales pueden eludir con mucha mayor facilidad dicho coste.

Veamos algunos de estos elementos en un contexto en que es sabido que los salarios llevan un largo periodo de congelación o disminución y que la inflación y una política de rentas conlleva la pérdida de su capacidad adquisitiva. Por otra parte, aunque hay grandes diferencias en los beneficios empresariales, no parece que las empresas están experimentando grandes pérdidas, y muchas de ellas, en particular las más grandes y de algunos sectores concretos, están siendo favorecidas por la evolución de la economía en el periodo reciente.

Una política de rentas conlleva siempre un desequilibrio importante en dos aspectos: uno, ¿quién ejecuta y controla los acuerdos suscritos? Y dos, ¿qué pasa con las rentas que han sido controladas?

Uno, no hay problema con el control de salarios: son bien conocidos pues son declarados en las nóminas y las empresas lo ejecutan, dado que tienen interés en mantener bajos los salarios, pero ¿quién controla los márgenes empresariales? Su fijación puede seguir vías muy variadas y difíciles de controlar y, además, por definición el resultado empresarial es un resultado aleatorio a posteriori de la actividad empresarial. Difícil de controlar, también por definición Además, si los márgenes empresariales se mantienen, no disminuyen,  no conducirán a una disminución de precios. ¿Cómo se proponen controlar todo esto, quien lo comprobará?  ¿Se tiene la suficiente confianza en las declaraciones de las propias empresas o se propone algún sistema eficiente de control?

Dos: los trabajadores que pierden su capacidad adquisitiva la pierden, no la recuperan. Es un hecho. Y la empresa puede incluso convertirse en mas eficiente debido a ello. Es el objetivo de la política de rentas. Sin embargo, probablemente el control de márgenes suponga un mantenimiento o incluso, un aumento de beneficios que, aunque no sean distribuidos mejora la situación económica de la empresa y posiblemente su patrimonio empresarial. Y este sigue siendo propiedad de la empresa y los accionistas. Es decir, los trabajadores pierden lo que no reciben, los accionistas acumulan. Esta diferencia habría de tenerse en cuenta si se pretende cualquier política de rentas justa y proveer de algún mecanismo que equilibrase tan importante diferencia. No basta con no aumentar los márgenes sino que se habría de tener en cuenta la distribución de lo que se ahorra con la política de rentas y proveer mecanismos de devolución de lo ahorrado a los trabajadores. ¿Existe alguna provisión por este concepto en la propuesta? De lo que conozco, nunca he visto que se incluya ninguna anticipación de este carácter en ninguna política de rentas, pero eso no quiere decir que no deba existir para que el desequilibrio en los resultados de dicha política no sean muy injustos.

La política de rentas es mucho más costosa para los trabajadores en términos de salarios perdidos que para las empresas en términos de potenciales beneficios dañados.

Otro elemento importante a tener en cuenta es que España presenta cifras en línea con la subida de precios internacional, pero algo más altos que muchos países europeos. ¿Cuáles son los factores diferenciales que causan esta divergencia? No es el coste laboral, por tanto, ¿no habría de centrarse la atención en analizar cuáles son los aspectos que disminuyen la eficiencia del sistema productivo? Sería interesante profundizar en por qué el aumento de precios internacionales resulta en un alza superior en España.

También hay que preguntarse si este desigual pacto es necesario o un buen instrumento para resolver la inflación que nos atenaza.

Suponemos que la lógica de esta propuesta, estrictamente dirigida al ámbito estatal, se orienta más a paliar las consecuencias del aumento de precios que a incidir en sus causas, en un contexto en que es ampliamente reconocido el carácter internacional de las causas principales del aumento de precios: cuellos de botella de la oferta de productos muy fundamentales, precio y dificultades de los transportes internacionales, aumento del precio del petróleo (hasta estos días en que este ha girado a la baja), el gas y algunas materias primas básicas, más la incidencia en todos estos elementos de la guerra en Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia. Es una inflación que afecta por lo menos a Estados Unidos y toda Europa. ¿Hasta dónde un control de rentas estatal puede ser significativamente eficiente en este contexto global? Pero ello no es óbice para recurrir a una medida muy onerosa para los trabajadores, con muy pocas garantías que la misma consiga incidir en las causas que llevan a la inflación.

Parece contradictorio que en una inflación en que, con bastante claridad, son los elementos de oferta los que están en la base de la misma, las dos principales medidas que se proponen para resolverla sean el aumento de los tipos de interés a nivel internacional, y el pacto de rentas en el ámbito estatal. Dos medidas dirigidas a controlar la demanda y que se acepta que pueden causar una disminución de la actividad económica y del ritmo productivo y de crecimiento, con un grave peligro de causar una importante recesión. ¿Y si se vuelve a deteriorar de nuevo la situación del empleo de la que tanto está costando salir?  Los asesores que recomiendan estas medidas, ¿cómo establecen la secuencia que conduce a una solución? Las medidas que se quieren tomar para controlar la inflación estén más dirigidas a paliar sus consecuencias -aspecto también totalmente necesario- que a atacar las causas de la misma. Es necesario y parece lógico que se traten de paliar las consecuencias de la inflación para la población, pero no parece que es bueno un camino que afecta desproporcionadamente a los trabajadores y les hace correr un peligro de verse envueltos en un problema todavía mayor, como el del empleo y los niveles salariales que para muchos trabajadores están llegando a niveles muy bajos. Además de más y mejores medidas de apoyo a los más débiles, imprescindibles porque no se consigue frenar la inflación, habrían de aplicarse medidas más eficientes dirigidas a facilitar el control y aun la disminución de precios aunque sea en el interior. ¿No sería más útil intentar mejorar la eficacia del sistema productivo, de las empresas, para producir a menor coste, sin que sea el laboral el único coste que parece importar? Es curioso que se le conceda tanta importancia a esta medida, cuando es obvio que en esta ocasión, como se hace con frecuencia, no se puede acusar a los salarios de ser los causantes del aumento de precios y que su valor para controlar la inflación es dudoso. Es difícil dejar de preguntarse si no habrá otros objetivos menos publicitados que constituyan el  propósito final de esta política.

Todas las medidas que se están tomando para controlar la inflación están mostrando pobres resultados. Esta inflación parece que está demostrando que en una economía capitalista, tan globalizada como la actual y tan descentralizada respecto a los mercados y con serias limitaciones respecto a las decisiones que se pueden tomar de carácter económico-político en los países, es muy difícil encontrar remedios factibles a nivel estatal. La evolución económica depende de variables inaccesibles para cualquier unidad independiente -país-, que se encuentra sometida a los avatares resultantes de las disposiciones de unidades de decisión enormemente potentes, muy alejadas de los objetivos de una situación satisfactoria para las poblaciones y los trabajadores de los distintos países.Pretender manejar esas situaciones para el bienestar de la población parece un objetivo cada vez más complicado y quimérico A los que no nos queda más remedio que aguantar todas las dificultades que los grandes poderes ocasionen a las poblaciones de a pie parece que sólo nos queda intentar aguantar hasta que la próxima evolución de la economía global nos permita beneficiarnos de los cada vez más cortos periodos de progreso que se intercalan entre las crisis. Es probablemente en la consciencia de las poblaciones que perciben esta realidad donde se puede encontrar la fuente de la desafección de las poblaciones por la política. Pero esto lo dejamos para otro día.

Todas las medidas que se están tomando para controlar la inflación están mostrando pobres resultados. Esta inflación parece que está demostrando que en una economía capitalista, tan globalizada como la actual y tan descentralizada respecto a los mercados y con serias limitaciones respecto a las decisiones que se pueden tomar de carácter económico-político en los países, es muy difícil encontrar remedios factibles a nivel estatal. La evolución económica depende de variables inaccesibles para cualquier unidad independiente -país-, que se encuentra sometida a los avatares resultantes de las disposiciones de unidades de decisión enormemente potentes, muy alejadas de los objetivos de una situación satisfactoria para las poblaciones y los trabajadores de los distintos países.Pretender manejar esas situaciones para el bienestar de la población parece un objetivo cada vez más complicado y quimérico A los que no nos queda más remedio que aguantar todas las dificultades que los grandes poderes ocasionen a las poblaciones de a pie parece que sólo nos queda intentar aguantar hasta que la próxima evolución de la economía global nos permita beneficiarnos de los cada vez más cortos periodos de progreso que se intercalan entre las crisis. Es probablemente en la consciencia de las poblaciones que perciben esta realidad donde se puede encontrar la fuente de la desafección de las poblaciones por la política. Pero esto lo dejamos para otro día.

Artículo Original: blog.publico.es

Antoni Puig Solé – ElComun.es 27/06/2022

Los precios están subiendo día tras día. Ante esta subida, la clase obrera sólo tiene dos alternativas: o luchar para defender su nivel de vida o empobrecerse.

La prensa oficial presenta cada trastorno económico como un acontecimiento único provocado por factores externos. Ahora dicen que la guerra en Ucrania es la fuente de la inflación y dirigen las miradas hacia Putin. Antes, el causante de los problemas fue la pandemia, de la que inicialmente acusaron a China. Estos acontecimientos tienen un papel importante, pero no son la causa principal de la inflación. 

Una primera causa se encuentra en el intento de larga duración de la burguesía de combatir la crisis estimulando el consumo y promoviendo las inversiones inyectando grandes cantidades de dinero a la economía. Si la oferta monetaria aumenta sin producir más valor, el dinero pierde valor y los precios suben. Por lo tanto, las condiciones para la inflación ya estaban instaladas antes de la guerra. Sin embargo, como el dinero no fluyó a la producción sino a la especulación debido a la falta de oportunidades de inversión rentables, en un primer momento sólo aumentaron los precios de los inmuebles más bien ubicados, de las acciones con altas expectativas de ganancias y otras inversiones raras como las criptomonedas.

El coronavirus agravó la situación. Los gobiernos capitalistas abrieron los grifos de dinero para evitar un colapso total de la economía y se inyectaron cantidades colosales de dinero en la economía global. En muchos sitios, el dinero incluso se distribuyó directamente a la población, para evitar revueltas. La paralización de una parte de la producción durante el confinamiento y el aumento de la demanda después, ocasionaron problemas de suministro y escasez de ciertos componentes, debido a la anarquía del mercado capitalista y las complejas cadenas de producción que han prosperado en las últimas décadas. La falta de oferta provocó una dinámica de aumentos de precios. La guerra en Ucrania con todas sus consecuencias, especialmente para los precios de la energía y los alimentos lo agravaron.

Sin embargo, uno de los elementos que ha afectado negativamente los precios de la energía, no se encuentra en la guerra en Ucrania, sino en una de las causas que la han provocado. Europa occidental estaba comprando gas a Rusia y había logrado unos buenos contratos y construido infraestructuras para asegurar el suministro. Pero los EEUU quiere obligarla a comprar gas natural licuado caro a empresas norteamericanas y en parte ya lo consiguió antes de la guerra. Esto puso a los capitalistas alemanes y otros europeos en desventaja competitiva al aumentar sus costes individuales y este aumento de costes repercutieron sobre los precios de las mercancías.

Si bien la guerra no ha sido la causa de la inflación, la estratagema económica y financiera mundial lanzada contra Rusia por los EE.UU. y la OTAN la han agravado. Ahora EEUU exige a sus satélites de Europa occidental que dejen de comprar a Rusia, no sólo gas natural como venían insistiendo antes, sino también petróleo, fertilizantes, grano, metales y otras materias primas. Muchos capitalistas europeos son conscientes de que estas exigencias son perjudiciales para ellos. Sin embargo, resistir las demandas de Estados Unidos requeriría que la Unión Europea encontrara la manera de cortar su vínculo con la OTAN y esto es poco probable. Esta subordinación a los EE.UU. conlleva, no sólo el aumento de los precios de la energía, sino que afecta también a diversas ramas de la industria y a los precios de los alimentos.

Para combatir la inflación, los bancos centrales acostumbran a aumentar los tipos de interés. Sin embargo, si ahora suben los tipos, las inversiones, que ya son bajas, seguirán bajando. Sin préstamos baratos, las deudas, que en los últimos años han tomado proporciones gigantescas en todos los ámbitos, ya no se podrán pagar. Los estados más endeudados deberán pagar más intereses y se los deberá rescatar, lo que agravará la situación. La clase trabajadora, si no reacciona, sufrirá con más fuerza los efectos de todo ello. 

En un artículo anterior dedicado al aumento del salario mínimo, expliqué que los incrementos salariales no acrecientan los precios. Ahora, los economistas oficiales recomiendan moderación salarial para no agravar más la dinámica inflacionaria y puede que los sindicatos acaben aceptando este argumento perverso. Tras la pandemia, el paro se ha reducido y muchos trabajadores están dispuestos a ir a la huelga para mejorar sus condiciones laborales. Ninguna de estas luchas va a provocar más inflación.

Los trabajadores debemos ignorar los consejos de los economistas oficiales de limitar las demandas salariales con la excusa de reducir los precios. Eso no funcionó en el pasado y no funcionará ahora. Tampoco debemos poner esperanzas en los controles de precios del gobierno para detener la inflación. Aunque se impongan controles, no se garantizará el poder adquisitivo de nuestros salarios. Si no reaccionamos, los patrones nos aplastarán a nosotros y a nuestros sindicatos. Esta es una lección que ya deberíamos haber aprendido. Ningún capitalista dejará de sacar provecho a la hora de vender sus mercancías. Tampoco nosotros, vendedores de nuestra fuerza de trabajo, debemos hacerlo.

Article original: elcomun.es

Imatge: capitalism also depends on domestic labour

Isabel Benítez Romero i Xavier García – Catarsi 09/05/2022

La reactivació d’un front de masses de caràcter feminista en la darrera dècada ha revitalitzat debats de caràcter analític i polític que havien quedat postergats durant els 2000, malgrat l’agenda dels organismes internacionals s’omplia d’objectius i fites respecte la igualtat entre homes i dones, la lluita contra feminització de la pobresa i l’apoderament femení.

Volem compartir una reflexió que es gesta en aquest context i en la insatisfacció respecte les anàlisis i marcs explicatius que hi havia sobre la taula. Una d’aquestes insatisfaccions tenia a veure amb el (mal)tracte que rebia l’anàlisi marxiana pel gruix de l’activisme feminista. L’aparició de la literatura de la «reproducció social» va donar empenta al debat al si del Seminari d’Economia Crítica Taifa i ha nodrit la nostra reflexió, la qual neix de diverses incomoditats: respecte la crítica vulgar a les categories marxianes; respecte a llocs comuns no debatuts al voltant de la divisió sexual del treball, respecte la «cerca» del subjecte revolucionari segmentat arreu (també dins del camp de l’alliberament del sexe/gènere) i les propostes polítiques hegemòniques que se’n deriven.

I alhora també respon a diversos desitjos: posar a prova el marc marxià per mirar quin abast o quines limitacions presenta per donar compte del treball domèstic, l’aspecte més assenyalat com a crític en l’opressió de les dones de la classe treballadora en les societats capitalistes; i també tensionar les crítiques i aportacions al respecte realitzades des del camp del «feminisme marxista/socialista» o «anticapitalista», en un sentit prou ampli, que inclouria des de l’escola de Dalla Costa i Federici fins la branca esquerra de l’Economia Feminista. Corrents que, malgrat les diferències, tenen en comú la lletania sobre la insuficiència del pensament de Marx per tractar l’emancipació de les dones.

En tant que pensador de la vida i la llibertat, vam considerar necessari reivindicar el pensament de Marx en l’anàlisi de qüestions que tenen a veure amb la reproducció de la classe treballadora. Però no és una reivindicació retòrica, voluntarista, sobre eslògans i llocs comuns. El treball que vam fer —i del que presentem unes ratlles com aperitiu— pretén desplegar-se des de la meś crua anàlisi dels elements teòrics, encara que això pot comportar una abstracció poc amiga de la divulgació, però va ser una aposta per cenyir-nos, dins les nostres possibilitats, al desenvolupament que ens ofereixen les categories marxianes originals i no a les categories marxianes «filtrades» per la divulgació feminista.  

Algunes hipòtesis contraïntuitives

El propòsit el present article és enunciar les tesis a les que hem arribat en el plànol analític i algunes de les seves possibles conseqüències polítiques. Aquest exercici però, per part nostra, no està complert i està obert al diàleg fraternal. D’altra banda, la nostra reflexió tampoc no neix en el «no-res», es connecta amb les reflexions de Lise Vogel i de Michael Lebowitz.

Actualment les anàlisis hegemòniques  sobre la «qüestió de la dona» o «l’opressió sexual/gènere» d’inspiració anticapitalista en un sentit ampli, es basteixen sobre un apriorisme teòric: L’aceptació (implícita o explícita) de què la dominació masclista, masculina, de les societats capitalistes contemporànies i, per tant, que la situació de les dones de la classe treballadora en les societats capitalistes contemporànees, té una explicació particular respecte la dinàmica del capitalisme internacional.

Aquest particularisme es reflecteix, per exemple, en la separació analítica de la condició social de les dones de la classe treballadora respecte de la del conjunt de la classe. Aquesta segregació en l’anàlisi emana de l’aplicació d’una premisa inicial: la divisió sexual del treball. També té una traducció política en el debat sobre «els subjectes revolucionaris» o «subjectes de lluita», en virtut del qual se subratlla la potencialitat política específica de les dones de la classe treballadora. Val a dir que aquesta acotació a «dones de la classe treballadora» és un xic inestable en els relats a l’ús ja què, sovint es col·lapsa aquesta condició de classe a la del conjunt de les dones o si més no, a la majoria de les dones (feminisme del 99%), és una acotació sovint voluble a nivell discursiu i polític.

La nostra reflexió no nega l’especificitat de la situació de les dones de la classe treballadora. Tanmateix, la matriu de la nostra anàlisi no parteix de les dones, ni de la divisió sexual del treball, ni d’un sistema sexe/gènere a priorístic, sinò de la categoria treball i la seva íntima relació amb la llibertat. És a dir, fonamentant-nos en la forma en què el mode de producció capitalista configura el treball, fent impossible (dins aquest mode de producció) el seu control social global i, per tant, el seu desenvolupament de forma autènticament lliure i conscient, trobem un marc explicatiu per al menysteniment social  d’un conjunt de treballs orientats a la satisfacció de les necessitats i no a la valorització del capital. Activitats que inclouen tot allò que, breument, anomenem «treball domèstic no remunerat» o «no mercantilitzat», on efectivament, les dones de la classe treballadora hi són sobrerrepresentades, però on també apareixen altres segments del proletariat internacional.

Començar a partir de la categoria treball

L’anàlisi marxiana s’articula entorn a la categoria del treball en la mesura que aquest és el principal element constitutiu del desenvolupament de la vida humana i del desplegament de la llibertat. Això no obstant, Marx en la seva obra cabdal no desenvolupa a fons la qüestió antropològica, sinó que  més aviat és el terra que es dona per suposat. Aquest plantejament té sentit en la mesura en què El Capital tracta d’explicar perquè el treball no pot constituir-se com a tal en tot el seu potèncial emancipatori:  per què no pot desenvolupar-se plenament la vida, què és el que impedeix constituir una societat lliure, per què la relació de l’ésser humà amb la naturalesa, la seva pròpia i l’externa, queda sistèmicament restringida. En síntesi, l’obra de Marx, és en el fons, la reflexió conseqüent d’un pensador de la llibertat i la vida, que per evitar caure en essencialismes, no té altre remei que explicar el no-ser del seu desenvolupament.

La referència de Marx a la vida i la llibertat es dona de forma indirecta, en la mesura que com dèiem, del que es tracta en la seva obra és d’explicar la seva limitació en el capitalisme. És per aquest motiu que eslògans com «posar la vida al centre» o «la contraposició capital–vida» no poden ser establerts com un punt de partida de la nostra anàlisi. Considerem que la comprensió de les dificultats de reproducció de la classe treballadora —la que es realitza a l’àmbit domèstic i més enllà d’aquest— descansa sobre un fonament més sòlid si les estudiem a partir de la forma característica que pren el treball en el capitalisme: el treball abstracte, la substància que constitueix el valor. En estirar del fil de les dimensions en què el treball es fa abstracte en el capitalisme trobarem, en primer terme, la seva contraposició al treball concret —aquell que es duu a terme amb uns procediments, eines, temps, etc., concrets, i que té com a resultat un valor d’ús, és a dir, la satisfacció d’alguna necessitat—. En el capitalisme aquesta dimensió del treball és subsidiària de la seva vessant abstracta —la substància valor—, o dit més planerament, en les economies capitalistes la satisfacció de necessitats està supeditada a la valorització del valor. I aquesta subordinació ens porta a aspectes rellevants com que les relacions socials i les qualitats del treball es presenten com a relacions i qualitats de les coses, donant lloc a una societat fetitxitzada i reïficada,on el món social —en tota la seva amplitud i diversitat— es desplega en funció de l’acumulació de capital.

És aquesta anàlisi la que ens porta a la tesi de què la reproducció de la classe treballadora queda desplaçada per l’abstracció del treball, de tal manera que la classe productora perd el control de la seva pròpia reproducció, que es realitzarà mitjançant el salari (és a dir, el mercat), la provisió estatal i el treball domèstic no mercantilitzat. Així, el control dels mitjans de producció queda lluny de les seves mans, i els fruits del seu treball, produïts per la seva relació com a força de treball amb aquests mitjans de producció, es tornen contra la pròpia classe treballadora, rehabilitant amb cada cicle productiu la seva subordinació. Pel que fa al treball domèstic no mercantilitzat, en trobar-se fora del circuit de valorització del capital, resultarà exclòs del canal central de la força productiva social, i es realitzarà amb  mitjans de producció pobres i subsidiaris, atomitzats i aïllats que conduiran a tasques repetitives, empobrides, que reforcen la subordinació i impotència política de la classe treballadora en nodrir jerarquies i violències al seu si . Finalment, la provisió estatal mitjançant serveis públics i ajuts —amb contradiccions i tensions— abundarà en la reducció dels éssers humans a la seva condició de força de treball i en la perspectiva política que separa l’esfera de la producció dels seus efectes en l’esfera social.

Algunes conclusions polítiques

Aquest enfocament ens porta a diverses tesis d’impacte polític. En destaquem dues. Tots els processos i lluites que permeten albirar o que tensionen la millora de les condicions de vida de la classe treballadora més enllà de la condició de força de treball (empleable o prescindible), el que a «Más allá de El Capital» Lebowitz anomena «reproducció ampliada de la classe treballadora per a sí»van més enllà del «treball domèstic» i de les dones de la classe treballadora.

Podem defensar que l’emancipació de la relació social capitalista, el ple desplegament de la potència social al servei de les necessitats humanes és la clau de volta de la llibertat humana, això és del control de les seves determinacions socials i individuals, sent especialment «beneficiaris» d’aquesta emancipació els segments de la classe treballadora centrifugats a aquestes funcions de «reproducció empobrida», el gruix de les quals són dones, efectivament, però també població migrant, racialitzada o ubicada en posicions de subordinació social afegides —però no substitutives—  a la condició de classe.

Aquesta visió ominicomprensiva atorga solidesa a la intuïció d’una part de l’activisme feminista anticapitalista de què no hi ha emancipació possible dins les coordenades del capitalisme . Si la lluita contra la «crisi de cures» no aborda l’entrallat del mode de producció capitalista, el màxim a què pot aspirar és a estimular el desplaçament de les opressions a altres segments de la classe productora, amb el conseqüent impacte en la consciència de classe o la unitat d’acció política. Aquest fenòmen ha succeït per exemple amb els processos d’assalarització de les proletàries al centre imperialista i l’expansió de les «cadenes internacionals de cures» amb les migracions associades a l’atenció a persones depenents. El corol·lari d’aquesta tesis és que, malgrat els processos «de reproducció ampliada» de la classe treballadora recauen amb més intensitat en les dones, no són processos perifèrics de la lluita de classes (des de la perspectiva de la classe treballadora) sinó nuclears. Per tant, aquesta opressió específica no es una mena de «supervivència cultural» o de modes de producció precapitalistes que es pugui doblegar mitjançant la «sensibilització» o el «voluntarisme polític», i tampoc no es pot reduïr a una «cosa de dones», doncs interpel·la el conjunt de la classe treballadora i al conjunt del capitalisme com a mode de producció.

Els processos «de reproducció ampliada» de la classe treballadora (…) no són processos perifèrics de la lluita de classes (des de la perspectiva de la classe treballadora), sinó nuclears.

Aquesta anàlisi per tant, polemitza amb l’estat convencional de la qüestió del treball domèstic en el camp feminista i, especialment amb les conegudes com a «teories duals», aquelles que juxtaposen a la dinàmica del capitalisme un altre sistema de «poder» o de «dominació» equipotent i paral·lel (sovint anomenat «patriarcat», malgrat l’abús anacrònic del terme; sovint identificant la família com a sistema de reproducció paral·lel al capitalisme com a sistema de producció). Efectivament, creiem que partir de la noció «treball» en comptes de la noció «dona» (o la divisió sexual del treball) aporta més solvència explicativa a l’especificitat de les dones de la classe treballadora en les societats capitalistes contemporànies, ja que articula la subjugació (i per tant l’emancipació per sexe/gènere) amb la dinàmica nuclear del capitalisme. És a dir, permet analitzar l’inextricable lligam entre producció i reproducció per concretar, a partir d’aquesta base, els mecanismes (opressions, dominacions, subjugacions, repressions, etc.) que constitueixen els estrats socials i configuren la societat en conjunt.  

Finalment, enunciar que l’opressió de les dones treballadores opera en virtud de dos sistemes ens sol ubicar, de nou, en un territori on les relacions socials de producció sovint esdevenen un «eix més» dins d’una mena de retòrica interseccional. Sense dubte són teoritzacions  força versàtils pels relats i estratègies polítiques que subratllen una opressió de sexe/gènere interclassista (tot i què després es parli de les dones treballadores). Políticament aquests fonaments teòrics llisquen cap a programes pal·liatius de caràcter sectorial i de tall individualitzador (ajuts per a persones amb certs atributs, per exemple),  no articulen estratègies polítiques de classe confrontatives, sinò més aviat de caràcter defensiu i sovint pensades des de i per al centre imperialista al voltant de la política parlamentaria. Creiem, en canvi, que el valor de l’articulació analítica i conceptual que plantegem rau també en que és una eina per avaluar el potencial i les limitacions de les polítiques reformistes a mitjà termini en tant es visualitzen els riscos d’aprofundiment en competició entre opressions, i en tant revitalitza la necessitat d’estratègies superadores i impugnadores del capitalisme com a totalitat.

Article Original: catarsimagazin.cat

Aurèlia Mañé Estrada

El 2016, quan ja eren palesos els efectes de la nova onada de la crisi capitalista en el conjunt de la societat, el Seminari Taifa vam publicar un informe sobre la despossessió de la vida quotidiana. Presentàvem els processos de despossessió com l’establiment de mecanismes per a la transferència de renda, patrimoni o actius des de determinats col·lectius envers d’altres i l’espoli de determinats espais i recursos naturals. En aquell informe ja hi dedicàvem, molt pertinentment, un capítol a la factura (o el preu) de l’electricitat. El fet d’incloure aquest tema en un informe sobre la dinàmica de despossessió en el capitalisme explica en sí mateix com entenem a Taifa el que passa amb la factura de la llum. Com explicarem, l’import que hi figura i les partides que hi conté són el resultat d’un joc de poder, entre els accionistes de les elèctriques i la resta de la societat -polítics inclosos-. En aquest joc les companyies elèctriques disposen dels mitjans d’acció per a aconseguir que el sistema elèctric es dissenyi i financi en benefici propi, encara que sigui al preu d’empobrir als altres i d’espoliar el territori. Aquests mitjans passen per amenaçar amb un tall de llum massiu, com ha passat recentment; comprar els polítics que legislen amb les “portes giratòries”; o finançar infinitat d’actuacions socials, culturals i esportives, entre d’altres.

És en el marc d’aquest joc de poder en el que s’ha d’analitzar la situació actual d’augment constant del preu de la llum i de repercussió del mateix en els preus al consum i, per tant, en la renda i capacitat adquisitiva de les persones. Per tal de fer aquesta anàlisi de forma molt breu, en aquest bloc explicarem les següents qüestions. En primer lloc, explicarem que el preu de l’electricitat és un preu polític; en segon lloc, per què enguany, s’ha generar una situació que ha propiciat aquest augment del preu?, i per últim, relacionarem aquest fet amb la inflació i l’escenari que albirem.

1. El preu de l’electricitat (com qualsevol altre) és un preu polític.

Des del punt de vista de l’economia política, qualsevol preu és el resultat de unes determinades relacions socials, les que es generen a les fàbriques i empreses quan es produeixen els bens i serveis, com les que es fan paleses quan es compren les coses, entre venedors i compradors. En el cas de l’electricitat aquestes relacions son un pèl més complexes, ja per a arribar a un preu únic del Kw/h que finalment s’acaba pagant hi ha d’haver uns acords (imposats o consensuats). A grosso modo els preus son el resultat d’un acord polític -un contracte social- pel qual qualsevol ciutadà/na, qualsevol empresa o qualsevol servei d’un determinat territori polític tindrà accés en les mateixes condicions a l’electricitat, independentment del seu origen. És a dir, que independentment de la font per generar electricitat (sol, aire, corrents fluvials o marines, urani, carbó, gas o petroli) i sense tenir en compte quan lluny o a prop, geogràficament, es troba una persona o empresa, si aquestes pertanyen al mateix espai o territori polític (país), tothom pagarà el mateix preu.

En general, desprès de la Segona Guerra Mundial, a la majoria del llavors anomenat “Primer Món” van establir-se tarifes “públiques” ja que el subministrament de l’electricitat es considerava un servei públic nacional, un bé essencial per a la vida de les persones i per a les necessitats de la producció.

2. Per què des de fa uns anys els preus de l’electricitat no paren de pujar?

Hi ha tres raons fonamentals per les quals els preus no paren de pujar. La primera son els successius canvis de legislació i regulació, que han augmentat considerablement el poder de les elèctriques i, per tant, la seva capacitat de decidir a qui es subministra i a quin preu.

De fet, des dels anys 1990 la legislació ha alterat les relacions de poder entre les grans empreses elèctriques privades, el que anomenem «l’oligopoli elèctric» (Endesa, Iberdrola, Naturgy, EDP y Viesgo-Repsol), les empreses més petites del sector, les altres empreses i la ciutadania en general. Aquest reduït grup d’empreses cada cop controla una major quota de mercat (en l’actualitat quasi bé el 90%); té una major capacitat d’influir en lleis que les beneficien a elles i perjudiquen a qualsevol possible competència (com per exemple l’impost del sol o incloure determinades partides en la factura elèctrica) i tenen la potestat de decidir quines instal·lacions i infraestructures elèctriques són o no “necessàries” i a quin preu les hem de pagar (des de la xarxa a les centrals de cicle combinat, passant pels parcs eòlics i solars, però també els comptadors de casa nostra).

La segona raó és que la liberalització que es va du a terme als anys 1990, va conduir, entre d’altres a la creació d’un mercat elèctric majorista, en el que les empreses que ens “venen” la llum per a les nostres llars o determinades empreses, han de comprar l’electricitat, per a poder-la comercialitzar desprès. Aquest mercat, és el que s’anomena un mercat marginalista i de cassació. En termes pràctics això vol dir que el preu al que es fixa la llum (aquest que des de fa uns mesos cada dematí ens anuncien) és el preu del darrer Kw/h que es demanda. Així, si en un dia (i és un exemple, simplificat) el 99,9 % de les necessitats d’electricitat es poguessin cobrir amb fonts d’origen renovable, però per a subministrar el 0,1% mancant s’hagués de recórrer al gas, que és més car, el preu final que al que es ven tota l’electricitat seria el del gas i no el de les renovables.

Per entendre-ho (vegis gràfic adjunt), tal com està organitzat aquest mercat, l’oferta (l’electricitat que es genera) ha d’anar “entrant” al mercat des de la més barata (les renovables en les que generar un Kw/h addicional amb sol o aire hauria de tenir un cost marginal – addicional – nul, ja que ni el sol ni l’aire es paguen) a la més cara, que en aquest moment sembla ser la que es genera a partir del gas. Entre mig, per ordre de menor cost marginal a major, hi hauria la hidràulica, la nuclear, la tèrmica de carbó i les centrals de cicle combinat de gas.

Grafic: esquema de funcionament del mercat elèctric

Font: https://energeticafutura.com/blog/

Les línies blava i verda del gràfic ens indiquen quanta electricitat es necessita o es vol comprar, i la tecnologia que marcarà el preu. De fet, es pot jugar amb aquest gràfic, imaginant que tots els Kw/h (el que apareix com a volum d’energia en l’abscissa del gràfic) es generessin i tinguessin origen renovable o hidràulic, o que la demanda fos menor. En aquest cas, el preu de l’electricitat seria proper a zero, però si pel que fos, per no tenir prou capacitat de generació a partir de fonts renovables o perquè es necessita utilitzar un volum molt alt d’electricitat (per un pic de fred o calor, per un augment inesperat de l’activitat econòmica…), tota l’electricitat emprada es pagaria al preu del cicle combinat de gas o de fuel.

Aquesta forma de mercat és molt discutible, però en la situació d’oligopoli, el poder de mercat que té un grup reduït d’empreses elèctriques és pervers. La raó és que les “elèctriques”, tenen capacitat per a influir sobre la quantitat venuda i comprada en aquest mercat. Com? Per exemple, generant escassedat artificial (aquest estiu es varen buidar pantans) per tal de simular que no hi ha prou capacitat de generació elèctrica (en una onada de calor) i que s’ha de recórrer a l’electricitat que es genera amb tecnologies més cares, sobre les quals no es controla el preu de la font (com el gas o el petroli). Com de fet, per ser les principals comercialitzadores, també podrien inflar la demanda i simular que es necessita més capacitat de generació de la que realment necessitem. Per tant, el que estem dient, és que ens trobem davant d’una forma de comprar i vendre l’electricitat en la que es pot capturar molt fàcilment si es té el poder -de monopoli- suficient.

La tercera raó -si es vol és més conjuntural- és la pujada del preu del gas, aquests darrers mesos, que es podria convertir en estructural o permanent.

La pujada del preu de gas aquest darrer temps és el resultat de la transformació que està experimentant el comerç mundial del gas. Fins fa relativament poc, la major part del comerç del gas era regional (per exemple el d’Algèria anava cap a Itàlia, França i la Península Ibèrica), es transportava per gasoducte i estava basat en contractes a molt llarg termini (entre 20 i 30 anys) entre les empreses que el venien i les que el compraven. Així, tant el flux com el preu del gas eren relativament estables.

En els darrers temps, aquesta forma de comercialitzar el gas s’ha anat modificant, convertint-se en quelcom similar al del petroli, amb els seus mateixos problemes i volatilitat dels preus. La raó és que cada cop més, especialment a la Península Ibèrica on tenim moltes instal·lacions per a tractar el gas liquat, s’ha afavorit la compra de gas que es converteix en líquid (liqua), es transporta en vaixell i a l’arribar al destí, gràcies a les centrals de cicle combinat (que retornen el gas líquid en gas-gas, alhora que generen electricitat) es converteix en gas.

Aquesta forma de comerç implica que el gas que arriba, per exemple a aquí, pot tenir (com té) diversos orígens, per exemple de Qatar o dels Estats Units, el que internacionalitza el comerç de gas. Com també suposa que aquests contractes siguin a curt termini i al comptat, per tant, molt més subjectes a la especulació.

Així, resumint, en el cas del “mercat” elèctric ibèric -Espanya i Portugal-, tenim les condicions per a la “crisis perfecta”, en relació als preus, puix la seva forma el fa molt fàcilment presa dels qui tenen poder per a influir-hi -l’oligopoli elèctric. Alhora, els successius canvis legislatius i d’ordenació del mercat han atorgat més poder, encara, a aquest oligopoli. En aquest moment, amb els canvis que s’estan produint en l’escena gasística internacional, això permet que les empreses elèctriques puguin beneficiar-se (per exemple simulant escassedat) de la creixent volatilitat -per ara, a l’alça- dels preus del gas, com a matèria primera per a generar electricitat.

3. Efecte sobre els preus, l’activitat econòmica i la vida de les persones

L’augment dels preus de l’electricitat està tenint efectes per a una creixent part de la població que cada cop té més problemes per a pagar la factura elèctrica de casa seva (pobresa energètica) i per moltes empreses que veuen encarits fins a extrems impensables els costos de la seva activitat, com també és el cas dels serveis públics, el transport, etc. Òbviament, la contrapartida d’aquesta situació, en el moment present, és l’enriquiment dels accionistes (i de tots els fons d’inversió i pensions associats a les elèctriques) en detriment dels anteriors per la transferència de renda que això suposa. Tanmateix aquest només és l’efecte immediat ja que n’hi ha dos altres que encara reforcen més aquest fenomen.

El primer, són les mesures que s’intenten per a compensar aquest augment de preus. En el context i la relació de forces actuals, dins del sistema abans descrit, tenim cada dia més mostres que les “elèctriques” tenen molt més poder que el govern. Les úniques mesures factibles que es poden emprendre són aquelles que pal·liïn els efectes de les pujades de preus, sense modificar ni una gota el poder de les elèctriques. De fet, això és el que s’està fent, des de bons socials a rebaixes d’impostos, passant per a compromisos de pagaments futurs que esdevindrà més deute en relació al sector elèctric.

Totes aquestes mesures, si bé poden ser ben intencionades, només agreujaran la despossessió, o el flux de renda des d’altres sectors i la població, en general, cap els accionistes de les elèctriques i actius financers vinculats, ja que les elèctriques segueixen cobrant l’electricitat al mateix preu encara que es redistribueixi o socialitzi el seu pagament amb recursos públics, que deixen de destinar-se a d’altres coses; o deixin d’ingressar-se a causa de la reducció fiscal. Per tant, el que ha acabat passant és que és el “públic” el que paga als accionistes de les elèctriques.

El segon fenomen és el preocupant augment de la inflació, pels efectes que això pot tenir.

És evident que els preus, mesurats amb l’Índex de Preus al Consum (IPC) han augmentat, i així ho ha reconegut tothom, per l’efecte de l’augment de l’electricitat, en les despeses de l’habitatge, el transport i costos industrials. Així, a l’efecte de l’augment de la “factura de la llum” s’hi afegeix l’efecte redistributiu que necessàriament té la inflació sobre determinats col·lectius: tots aquells a qui no se’ls hi indexin les seves rendes a la pujada de preus (pensionistes, assalariats…) o no tinguin prou poder per a poder imposar augments de preus (petits autònoms, empreses que venen a l’exterior…).

Si la inflació és preocupant pels efectes econòmics, socials i polítics que pot tenir; encara sembla més preocupant el mal diagnòstic que des d’algunes institucions es comença a fer d’aquest fenomen. Com s’ha explicat, la raó de l’augment dels preus de l’electricitat és el resultat d’unes determinades relacions de poder, i per tant, és polític, en el sentit que resulta d’unes determinades relacions socials. I, en segon lloc, aquest fenomen s’accentua per mor a una determinada estructura de mercat elèctric que afavoreix uns preus elevats vinculats al preu del gas internacional.

D’aquest diagnòstic, la solució de la inflació hauria d’anar encaminada a modificar aquestes relacions de poder i a modificar l’estructura del “mercat” elèctric, però en comptes d’això, i molt perillosament, algunes veus de l’economia ortodoxa, comencen a plantejar que el que s’hauria de fer és acabar amb les polítiques expansives (monetària i fiscal) d’aquests darrers temps. És a dir, el retorn a les polítiques d’ajustament i les retallades.

No pensem que sigui necessari comentar quins serien els seus efectes, desprès de dècades d’ajust, però sí que ens sembla adient assenyalar que el que aquí hem mostrat queda clar, que només aconseguint la modificació de les relacions de poder actual, podrem iniciar el camí cap a polítiques més justes i frenar la despossessió a la que des dels anys 1980 cada cop més capes de la població pateixen.

Isabel Benítez – Arteka 06/2021

Artículo Original publicado en papel, en junio de 2021 en la revista Arteka (https://gedar.eus/).

Isabel Benítez – GEDAR LANGILE KAZETA 5/2/2021

En los círculos académicos y algunos espacios feministas se ha popularizado en la última década la «teoría de la reproducción social» (TRS). La TRS surge como un marco explicativo renovado desde el que dar cuenta, no solo de la opresión de las mujeres sino también de otros ejes de segmentación de la clase trabajadora internacional en las sociedades capitalistas contemporáneas. Suele presentarse de forma explícita como heredera del llamado feminismo socialista-marxista tanto en la reivindicación crítica del legado teórico de Marx como en la vocación de análisis orientado a la intervención política anticapitalista.

Crecido al calor de los debates del feminismo la segunda ola en la década de 1970, el feminismo socialista-marxista desbrozó un terreno propio entre los enfoques del feminismo radical y el marxismo unilateral, por otra. Es decir, rompía con la «sororidad interclasista» y apostaba por la independencia de clase en el abordaje de la «cuestión de la mujer» eso sí, sin posponerla indefinidamente según la inercia reformista/determinista hegemónica en las organizaciones comunistas de la época[1]. La arena de discusión fue el llamado «debate sobre el trabajo doméstico». El feminismo socialista-marxista quedó desplazado (sin que se rebatiera su propuesta) durante la década de los 1980 en plena emergencia académica, política e institucional de los estudios culturales de género, la renuncia a marcos explicativos omnicomprensivos en el campo de lo social y «terceras vías», como las teorías duales (capitalismo-patriarcal/patriarcado-capitalista) o se «economía feminista» que, desde la academia se desmarcaba tanto del liberalismo económico como del marxismo[2].

En los 2000, dos décadas después, la reactivación de este feminismo socialista-marxista bajo el rubro de TRS se enmarca en el diálogo con las coordenadas de aquellas discusiones:

a) La procedente de las teorías duales, es decir, aquellas posiciones que distinguen dos lógicas de opresión diferentes aunque relacionadas entre sí: la de la opresión patriarcal y la opresión derivada de la explotación capitalista, una suerte de espacio cómodo en el que reconciliar -no sistemáticamente- postulados del feminismo radical con los del feminismo marxiano, con profundas debilidades teóricas[3]. La TRS se postula como teoría unitaria.

b) La discusión de la teoría valor-trabajo de Marx aplicada al trabajo doméstico (a colación de las controversias planteadas por las impulsoras de la campaña «salario para el trabajo doméstico»). La TRS interpela a la renovación del debate del trabajo doméstico realizado por los estudios englobados en el prisma de la llamada economía feminista.

c) La complejización de los análisis por el tratamiento de otros ejes de opresión más allá de la clase o el sexo/género: las perspectivas interseccionales y específicamente, en lo tocante a la consideración explícita de la opresión racial. La TRS aspira a superar, como teoría integrada, la mera descripción de opresiones concomitantes[4].

Tanto en los años 1970 como ahora, la revitalización teórica del marxismo en la cuestión de la emancipación de la mujer cabalga sobre la agudización de las contradicciones del capitalismo a escala internacional, sus crisis e impacto en los segmentos más vulnerables del proletariado internacional… y en la escasa fecundidad política de las apuestas alternativas que lo desplazaron abierta o soslayadamente en la academia y en las asambleas de base. Así, desde la década de los 2000 se produce una fuerte feminización de los flujos migratorios hacia las economías del centro imperialista para cubrir trabajo doméstico y de cuidados, la crisis de 2007 también muestra un incremento de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo internacional, esto es, un fuerte proceso de proletarización de mujeres hasta ahora excluídas del trabajo asalariado, vinculado a procesos de endeudamiento, expropiación de tierras, privatizaciones[5], junto con la depresión de las condiciones de vida de las mujeres de clase trabajadora en el mismo centro imperialista (restricción al acceso a la vivienda, retroceso de prestación de servicios públicos y extensión de working poor, especialmente entre la juventud y las familias monomarentales). Ni los giros lingüísticos, ni la performación dl género, ni las promesas o deseos de extensión del Estado del Bienestar jibarizado[6] han satisfecho o respondido a la agudización de la violencia estructural y cotidiana sobre las mujeres de la clase trabajadora. Esta necesidad de herramientas políticas también coincide con una reemergencia de un frente de masas feminista (desigual según regiones del planeta) que a su vez acoge propuestas políticas divergentes e incluso antagónicas respecto al enfoque teórico, programa y prioridades estratégicas en la lucha por la igualdad de las mujeres, donde se refleja una pugna ideológica en la que hasta la ultraderecha europea ha querido meter baza y directoras de bancos se reclaman activistas feministas.

En el arco del feminismo anticapitalista, dentro de la TRS, también encontramos pluralidad de posiciones políticas. Si hay un consenso indiscutible, entre las figuras más divulgadas, es el de reconocer la obra de Lise Vogel como el punto de partida más serio y estructurado de desarrollo este enfoque unitario que aune teoría y práctica partiendo de Marx y no contra o a pesar de Marx. Fuera de este punto, los matices, las contradicciones o las expresiones eclécticas entre los diferentes aportes a la TRS están al orden del día.

La obra de Vogel hizo una contribución clave: a partir de la discusión crítica de la situación de opresión de las mujeres de la clase trabajadora y específicamente del papel que cumple (o no) el trabajo doméstico no asalariado en dicha subordinación social, sentará las bases para que el análisis se enmarque en una teoría unitaria. Es decir, con Vogel germina un enfoque que deja de lado apriorismos universales, interclasistas, más o menos historizados de las categorías «mujer», «familia» o la «división sexual del trabajo» como premisas indiscutibles de partida para estudiar la especificidad de la opresión de las mujeres de clase trabajadora en las sociedades capitalistas, para reentroncar con el análisis de la relación entre la opresión específica de las mujeres de la clase trabajadora respecto a la dinámica de acumulación y valorización del capital.

El primer efecto político es la inserción de la lucha por la igualdad de las mujeres en un enfoque de clase y directamente en el corazón de la crítica de la economía política. Es decir, el análisis de Vogel atiende la especificidad pero ligándola a la lucha de clases en su conjunto y rompe con enfoques sectoriales, parciales o titubeantes de las teorías duales. A nuestro juicio, su análisis sienta la piedra fundacional de una agenda de investigación contemporánea muy prometedora y de la que forma parte la obra de Michael Lebowitz (2005).

Así pues, no hablará de «reproducción social» como un término acotado a la reposición y reconstitución de la fuerza de trabajo, sino en el sentido marxiano de recreación y perpetuación de las condiciones de posibilidad y continuidad del capitalismo. El trabajo de Michael Lebowitz lo formulará en una clave más explícita señalando que, dicho proceso de «reproducción» del capitalismo que, por descontado, incluye la perpetuación de la clase trabajadora, no sólo atañe a una cuestión biofísica o acotada a los «trabajos de cuidado» en el presente o a futuro (relevo generacional)- sean o no realizados en formas mercantiles- sino también a la vertiente de recreación de la relación social, es decir, de «trabajadores libres propietarios de su fuerza de trabajo», listos para su incorporación al mercado de trabajo asalariado, pero también impotentes políticamente para apropiarse de la producción social realizada al servicio del capital.

Pero lo que es más interesante aun del trabajo de Lebowitz es la distinción entre la llamada reproducción ampliada del capital en contraposición a la reproducción ampliada de la clase trabajadora (en sí o para sí). Esto es, Lebowitz cartografía la lucha de clases dando una ubicación concreta a esta pugna y por tanto, nos libera de marcos explicativos funcionalistas o deterministas. Por otra parte, también aterriza la noción de «vida» (cuando se la plantea en términos de contraposición con el capital): no existe una lógica de la vida, o mejor dicho, el capitalismo tiene unas coordenadas de la noción de «vida» y la clase trabajadora tiene otras. La contradicción fundamental entre capital-trabajo es el primer peldaño ineludible de dicha pugna entre el capital por revalorizarse y la clase trabajadora asalariada por continuar existiendo como tal dentro del modo de producción, pero es una contradicción que se tensiona aun más desde una perspectiva política cuando vemos que dicha «lucha por la existencia» que se despliega en la lucha de clases va más allá de las reivindicaciones del sindicalismo economicista o de las políticas socialdemócratas (con o sin impronta familista, es decir, machista), cuando pugna por la superación del capitalismo como condición sinequanon para tener una vida digna, para devenir seres humanos no alienados.

En un orden analítico quizá menos ambicioso, por otra parte, Susan Ferguson y David McNally siguen la estela de Lebowitz en el sentido de reivindicar la noción de «totalidad orgánica» marxiana. En palabras de Martha E. Giménez (2018), McNally y Ferguson abrazan «una concepción marxista-hegeliana de la totalidad capitalista» como método para integrar con solvencia la cuestión racial (frente a los enfoques aditivos o de intersección de vectores que hegemoniza las teorías de la interseccionalidad) en el marco del feminismo de la reproducción social.

Marx sí, pero ¿para qué? ¿De qué reproducción social estamos hablando?

La crítica de Martha E. Giménez a ciertos postulados de la TRS nos permite ver algunos de los puntos de fricción teóricos (y sus consecuencias políticas) dentro de la corriente principal de la TRS. De todos ellos, destacaremos dos, haciendo un repaso de las aportaciones más relevantes.

En primer lugar, ¿qué tipo de «ajuste» de cuentas se realiza respecto a la obra de Marx: es una teoría de la reproducción social incompleta o no, y si lo es qué tipo de desarrollo requiere (o no), ¿es posible tal desarrollo sin comprometer las categorías marxianas?[7]

Giménez, como Lebowitz, sostiene que la «reproducción social» de que habla Marx se refiere a la del capitalismo como modo de producción, por tanto, el enfoque de Marx no ha dejado ni olvidado nada, es simplemente coherente, en el sentido de que desde la óptica del capital realmente no es necesario articular ningún mecanismo que garantice la provisión fluida de FT. Por dos razones, por la propia dinámica de despliegue del capital y la tendencia de la composición orgánica del capital en detrimento del capital variable y por tanto, a provocar, sin mayor esfuerzo, un excedente poblacional (ejército industrial de reserva) que habilitará las condiciones políticas no solo para la continuación de la dependencia del capital para existir, sino también la presión a la bajada salarial y también la competición interna de los diferentes segmentos de la clase trabajadora internacional.

Para Giménez, muy influida por la escuela de Althusser, El capital está realizando un análisis al nivel de modo de producción, de la lógica general inmanente del capitalismo pero no de las formaciones capitalistas concretas. Que El Capital se autolimite a tratar, dentro de la reproducción social del capital como modo de producción, la perpetuación de la existencia del trabajo asalariado, de esta relación de clase, no es un déficit, simplemente es que es el nivel de análisis en el que está trabajando. Y en este nivel de análisis, efectivamente, la lógica de acumulación del capital como tal es ciega al sexo, la raza y otros ejes de opresión. En otro nivel de análisis, en la operativización concreta de las economías capitalistas históricas (las formaciones sociales capitalistas), estos ejes sí que son relevantes. Así pues, el estudio específico de los procesos de sexualización/género, racialización y otras opresiones y desigualdades que se producen en el seno de la clase trabajadora correspondería a este otro nivel de análisis. Considerar, por tanto, que la cuestión de la «población» en Marx puede despacharse considerando que se trata de una «ley demográfica» que naturaliza la disponibilidad de seres humanos (y con ellos de potencial fuerza de trabajo), es erróneo y para Giménez, que McNally y Ferguson abunden en esta caracterización es una provocación teórica sin rigor.

Finalmente, la autora propone como ventana de salida de los riesgos de abstracción de la «reproducción social» propuesta desde la TRS o del riesgo de que se colapsen de forma equívoca ambos niveles de análisis, la categoría «reproducción social capitalista» (cuya confrontación política sería la «reproducción social socialista») para dar cuenta de los procesos materiales e ideológicos específicos en los que sucede la reproducción social bajo condiciones capitalistas. Giménez (2018:297;305).

Ferguson, McNally y Arruzza empero sí que se hacen eco de las críticas de las primeras feministas-socialistas-marxistas que, como Heidi Hartmann, postulan dicha «ceguera» a una carencia analítica en el pensamiento de Marx que, forzosamente, debe desarrollarse y que es dicho estudio el que se propone realizar la TRS. Lo cierto es que hasta ahora dicho desarrollo teórico a fortiori no ha sido realizado de forma sistemática aun o, como mínimo, se encontraría aun implícito o incipiente.

Una posición que, podría considerarse a caballo entre ambas, sería como decíamos, la de Lebowitz. A diferencia de Giménez, el economista canadiense sí que considera que esta vertiente del análisis falta en El Capital, que sería el trabajo pendiente que se prometía para el libro jamás escrito dedicado al trabajo asalariado y que su carencia hace que la lucha de clases en el despliegue de El Capital quede relegada en favor de una visión unilateral (por incompleta) del capitalismo como totalidad orgánica preñada de contradicciones (y con ello, aplanando el terreno a lecturas mecánicas y funcionalistas).

Lebowitz sí que hace una propuesta para compensar esta unilateralidad de El Capital (no derivada de un pecado original, ni androcéntrico ni patriarcal, sino de la incompletitud de la exposición de la investigación). Para ello, identifica dos circuitos de producción (y reproducción) concomitantes pero también antagónicos en lo que es el capitalismo como modo de producción. Esta propuesta podría ser considerada un desarrollo tanto de la lectura que hace Giménez como de la de Ferguson. Esto es, desde la perspectiva de la reproducción de la relación social que representa el trabajo asalariado como pieza fundamental de la lógica de valorización y acumulación de capital, la vertiente política de dicho antagonismo implicaría atender al papel que juegan la división sexual del trabajo y los procesos de racialización. Y la incorporación analítica de dichos procesos (de carácter histórico, como lo es el desarrollo en sí de la lucha de clases) nos permitiría integrarlos de forma significativa también en la praxis política – deseo que palpita en la argumentación de Ferguson-, más allá del puro voluntarismo (que es la crítica que subyace en Giménez).

¿La clase es determinante o co-determinante?

Y esta incorporación significativa, también clarificaría en términos políticos qué papel cumple la lucha de clases cuando se despliega dentro del circuito de valorización del capital y qué papel cumple cuando se despliega fuera de dicho circuito. Elemento que nos lleva al segundo gran eje de divergencia: Si la dinámica de acumulación capitalista, el eje de clase y la correlación de fuerzas de la lucha de clases, tiene un rol determinante en las condiciones de reproducción de las clases sociales; o si en cambio, ocupa un lugar co-constitutivo o co-fundacional en el mismo nivel que otros ejes como el de sexo/género, racialización, … Esta es una preocupación que la propia Vogel manifiesta en el prólogo a una antología de textos de la TRS: «A la larga creo que nos tendremos que deshacer de dos suposiciones muy arraigadas En primer lugar, la suposición de que diferentes dimensiones de la diferencia – por ejemplo, raza, clase y género- son comparables. En segundo lugar, de la conclusión de que categorías diferentes son equivalentes en términos causales» (Bhattacharya,2019:12). Una divergencia que en última instancia nos lleva a si se apuesta por la independencia política de clase o se opta por posiciones interclasistas y también, qué papel se concede a la lucha en el corazón de la extracción de la plusvalía (tradicionalmente sindical).

Para Giménez, la mezcla de los dos niveles de análisis (modo de producción/formación social histórica) en los términos realizados por la TRS conduce a una abstracción tal que ofusca la importancia teórica y política de la materialidad de la reproducción biológica humana y sus efectos sobre las mujeres de la clase trabajadora (en su conciencia, vivencia de la sexualidad, …), la variedad de ideologías y formas de control legal y social que suceden en torno a los derechos reproductivos y el encaje de la cobertura de las necesidades de aquellos segmentos de la clase trabajadora que no son productivos para el capital.

Volviendo a la cuestión de la incorporación de otros ejes de opresión, además del de sexual, a nivel político, descentrar la lucha de clases del ciclo de valorización del capital y entroncar con fórmulas que consideran el eje de clase igual de determinante que el de raza, sexo, … deja el campo abierto a dos riesgos: al de la perpetuación de los enfoques identitarios en la conformación de la lucha política y, añadimos nosotros, a la revitalización continua de las estrategias dualistas o aditivas, en detrimento de frentes unitarios de confrontación de clase (con sexo, raza y diversidad interna, pero unidos como polo antagónico común, no meramente aditiva), contra el capitalismo como la totalidad que representa.

Si bien Giménez es particularmente incisiva respecto a este posicionamiento, lo cierto es que la apuesta por dicha co-constitución o la prevalencia del eje de clase aparece de forma ambigua y contradictoria en Arruzza y en Bhattacharya.8 Esto es, mientras que se subraya la importancia de las luchas laborales también se subsume en formulaciones brillantemente ambiguas respecto a la universalidad/políticas de la identidad[9]. Esta ambigüedad, empero, quedaría nítidamente resuelta en la formulación concreta realizada en el «Manifiesto para un feminismo del 99%» que ya ha sido objeto de crítica desde diferentes organizaciones políticas de clase: «La lección que ya hemos aprendido es que la propuesta política que pretende desarrollar una estrategia de clase no puede simplemente hacer un llamamiento a la diversidad de las luchas que nacen de abajo»[10], o «la “reinvención” de la huelga que señala el Manifiesto no pasa por bautizar con ese nombre a todas las acciones feministas, cualesquiera sean, ni tampoco por reivindicar el retraimiento de tareas en “esa visión amplia de lo que se entiende por cuestión laboral”, donde las autoras mezclan confusamente la huelga del trabajo doméstico, con la “del sexo y de las sonrisas”[…] Por el contrario, esta nueva reivindicación del método de la huelga deberíamos ponerlo al servicio de fortalecer a las trabajadoras asalariadas en su enfrentamiento a la patronal, al Estado y a la burocracia sindical […] La tarea actual de un feminismo anticapitalista debiera ser combatir en los sindicatos, especialmente en aquellos sectores de la producción y los servicios altamente feminizados, para conseguir unir lo que la burocracia divide. Pero en el Manifiesto, que habla de clase trabajadora, de huelga, de anticapitalismo y lucha de clases, la burocracia sindical no está siquiera mencionada y, peligrosamente, se adjudica a los sindicatos en general la política corporativa, economicista y corrosiva de sus direcciones»[11].

Algunos apuntes políticos de la TRS en el Estado españolLa TRS se postula explícitamente como una herramienta al servicio de la intervención política, por lo tanto, buscar los vínculos entre el análisis y la propuesta política concreta de las diferentes posturas es clave. Es decir, la exploración de la continuidad/ruptura entre la teoría y la apuesta práctica o estrategia de lucha es fundamental para evaluar posibilidades de éxito o fracaso en la lucha contra el capitalismo y por la emancipación de las opresiones sexuales, de género y raza que despliega el modo de producción capitalista contra la clase trabajadora.

Si bien existen antologías y publicaciones previas y coetáneas relacionadas de forma explícita con la TRS,[12] podría decirse que hoy dia Cinzia Arruza, Titti Bhattacharya y Susan Ferguson constituyen las principales figuras de referencia internacional en la divulgación de este enfoque renovado del feminismo marxista/TRS también en nuestro contexto. La visibilización de estas autoras daría un salto cualitativo de carácter político a su enfoque de la TRS con la publicación en 2019 de «Feminismo del 99%», un manifiesto para la intervención política al calor de las convocatorias internacionales del 8 de marzo de los últimos cuatro años, como ya hemos apuntado.

La prioridad política del enfoque defendido por estas autoras es disputar el terreno político e ideológico al feminismo liberal (en sus diferentes variantes y renovaciones, como el llamado feminismo corporativo). En un segundo plano, también discrepa de las posiciones defendidas por figuras emanadas del feminismo autónomo italiano[13] y respecto los planteamientos voluntaristas de la economía feminista, si bien, la táctica consiste más en buscar puntos de conexión que no de confrontación o clarificación de posiciones respecto a expresiones feministas, digamos de izquierdas, más cercanas a posiciones socialdemócratas o incluso al feminismo radical, en pro de ese gran frente unitario de corte ciudadanista.

A grandes rasgos, la corriente principal de la TRS respecto al feminismo marxista-autónomo, rechaza la noción de que el trabajo no asalariado (sea doméstico o no) produzca valor en un sentido capitalista y no hace propia la consigna a favor del reconocimiento de un salario para el trabajo doméstico. Respecto a la economía feminista, la TRS reivindica explícitamente a Marx y subraya la necesidad de impugnar la totalidad capitalista de forma concreta, esto es, no acotar el programa de intervención y de demandas a reformas puntuales del actual estado de las cosas (acompañado o no de retóricas anticapitalistas de carácter utópico, esto es, fundadas en un voluntarismo de corte ciudadanista que obvia la lucha de clases): corresponsabilidad, «conciliación», cuotas, «políticas de reconocimiento» … En términos prácticos, la prioridad de confrontar el feminismo liberal o las boutades de la ultraderecha hace que apenas se confronte con la expresión reformista y corta de miras de estas propuestas, no es de extrañar que en al enfoque del «feminismo del 99%» se hayan sumado figuras con un discurso abiertamente socialdemócrata, como Nancy Fraser.

En el contexto de la llamada «crisis de cuidados» -fórmula enfáticamente popularizada en el Estado español a raíz precisamente de los recortes del gasto público en servicios públicos y desregulación del mercado laboral derivados del rescate de la banca privada tras el crack de 2007/8-, nuevamente la discusión sobre el trabajo doméstico. En términos contemporáneos, el viejo debate se reformula como «trabajos de cuidados» y, nuevamente, constituye el terreno de disputa privilegiado entre las diferentes corrientes de izquierdas dentro del campo del feminismo.

La tensión entre enfoques voluntaristas, socialdemócratas (o plataformas electorales aspirantes a «ocupar el espacio que deja a su izquierda» el socialiberalismo) o rupturistas con el orden capitalista en el Estado español se muestra nítidamente si vemos las diferentes concreciones de huelga convocada el 8 de marzo de 2018, basculante entre huelga «de mujeres/feminista» entre la huelga real o simbólica-visibilización. Por otra parte, la tensión o el eclecticismo político se muestran en el intercambio lingüístico y préstamos de conceptos y formulaciones como la noción «capitalismo-vs-vida», «poner la vida en el centro», «revalorizar los trabajos de cuidados», … Bajo estos lemas aparentemente de consenso, en la práctica coagulan tablas reivindicativas contradictorias … apenas discutidas en profundidad. Esta indefinición de sobreentendidos, o ambigüedades inclusivas calculadas, impactan en los manifiestos, estrategias y alianzas políticas de un frente de masas muy heterogéneo donde la discusión política suele liquidarse en la acumulación agónica de reivindicaciones y acciones sin perspectiva estratégica[14].

De la política a la teoría de nuevo

Las consecuencias de la fragmentación identitaria de los frentes de lucha (o su impotencia para establecer una unidad de acción estratégica, como señalaron McNally y Ferguson respecto a la década de los 1990/2000, aunque no es una lógica de acción colectiva en absoluto superada) y la pretensión de surfear los movimientos sociales con retóricas anticapitalistas acompañadas de programas reformistas, es una discusión que se viene reeditando en el marco político general desde la década de los 1990, bien sea en clave antiglobalización, ecológica y ahora en el frente de masas feminista-.

Sin embargo, es particularmente útil rastrear la relación entre las categorías y las propuestas estratégicas, esto es, rehabilitar la veta de la teoría de la praxis y del anhelo transformador de la célebre tesis sobre Feuerbach. Particularmente útil en el campo de la lucha por la emancipación de las mujeres de la clase trabajadora donde la relación teórico-política se fragmentó, la retórica académica o los enfoques «técnicos» (esto es, que no han cuestionado ni tensionado los determinantes estructurales del capitalismo como obstáculo recurrente en el éxito de políticas económicas concretas) obtuvieron una amplia audiencia e incluso se teorizó el fin de la acción colectiva como herramienta útil en el campo del feminismo (a favor de las políticas de reconocimiento identitario y la performatividad individual). La necesidad de articular de forma satisfactoria el bucle de la teoría y la praxis política es clave[15].

En resumen, el vínculo entre la teoría y la práctica en los objetivos y propuestas que emanan de las diferentes propuestas de la TRS nos permiten situar con claridad el sujeto político de la emancipación (la clase trabajadora) pero también aportan elementos clave para clarificar el impacto y el papel de los procesos diferenciales de proletarización y mercantilización de los cuerpos de los diferentes segmentos en los que el capitalismo jerarquiza y confronta a la clase trabajadora internacional: desde el tráfico de órganos y tejidos, pasando por la prostitución y el alquiler de vientres e incluso los procesos vinculados a la crisis del CoVid19 conformados contra la clase trabajadora y específicamente, las mujeres (sobreexposición al riesgo, superexplotación asalariada y extrasalarial, desmantelamiento de la sanidad pública, desprestigio de la educación pública y represión de la acción política). Una articulación que debería servirnos para una acción política pedagógica y clara y también para deshacernos de falsos lugares comunes y de las trampas oportunistas que tiende la socialdemocracia desde diferentes frentes, sea el cortoplacismo, el «pragmatismo» o la rendición política ante frentes inteclasistas – de masas o no- que, de entrada, exigen la renuncia teórica y práctica a la superación del capitalismo en pro de la utopía de que es posible un capitalismo «con rostro humano», «feminista» o siquiera «antirracista».

Referencias

Bhattacharya, Tithi (ed) (2019), Teoria de la reproducció social. Ressituant la classe, recentrant l’opressió. Manresa: Tigre de Paper

Ferguson, Susan (2020) Women and work. Feminism, labour and social reproduction. London: Pluto Press

Giménez, Martha E. (2018) Marx, Women and capitalist social reproduction. Marxist feminist essays. Chicago: Haymarket Books.

Lebowitz, Michael (2005) Más allá de El Capital. La economía política de la clase obrera en Marx. Akal: Madrid

Vogel, Lise ([1983] 2013) Marxism and the oppression of women. Toward a Unitary Theory. Chicago: Haymarket Books.

Young, Iris M. (1980) Socialist feminism and the Limits of the Dual system theory a Hennessy, R. & Ingraham, C. (eds) (1997), Materialist feminism. A reader in class, difference and women’s lives. London: Routledge

Notas

[1] Cinzia Arruzza hace un somero repaso a la caracterización política del período en «Las sin parte» En el caso específico del Partido Comunista de Estados Unidos, es interesante comparar relatos dado que la reconstrucción de genealogías y trayectorias no está libre de las posiciones políticas desde las que se realizan: a modo de ejemplo, el relato de Jodie Dean (a «Necessitem camarades», Tigre de Paper 2019) y el que hace Susan Ferguson (2020). Por otra parte, por razones de espacio, en estas páginas no se tratará el desarrollo teórico y político fuera del contexto occidental (Norteamérica y Europa).

[2] Benería, Lourdes (1999), La aparición de la economía feminista. Historia Agraria, nº 17, pp 59-61.

[3] Ver la crítica de Irish Young(1980) o Susan Ferguson (2020).

[4] Ver «Interseccions i dialèctica: reconstruccions crítiques en la teoria de la reproducció social» de David McNally en Bhattacharya (2019).

[5] Desde la perspectiva ecofeminista, la obra de Vandana Shiva y de Jules Falquet ilustra cómo los macroplanes de ajuste estructural impactan en la proletarización de más segmentos de población, a menudo vinculados a los célebres «microcréditos» promocionados por el Banco Mundial y otros organismos internacionales como herramientas específicas de «empoderamiento» de las mujeres de la periferia capitalista.

[6] La realidad práctica de la Ley de Dependencia es el ejemplo más claro de que el papel lo sostiene todo, hasta que llega el momento de cumplir con los pagos de la deuda privada y los dictados del Banco Central Europeo. En julio de 2020, los propios informes de Servicios Sociales reconocen que 164 personas dependientes fallecen cada día en el Estado español sin recibir atención, sea por el colapso para la mera evaluación del grado de dependencia, sea porque, aun estando reconocida, su abono se retrasa indefinidamente. https://www.infolibre.es/noticias/politica/2020/07/10/un_total_164_dependientes_mueren_dia_sin_recibir_atencion_segun_directores_servicios_sociales_108731_1012.html El contexto del CoVid nos ha brindado nuevos y aberrantes ejemplos sobre cuál es el potencial de estas políticas públicas que reconocen prestaciones que o no se abonan o cuyo acceso se restringe con trabas burocráticas insalvables: desde la prestación por Covid para las trabajadoras del hogar o el Ingreso Mínimo Vital.

[7] El nudo gordiano de este balance nos remite a la cuestión de «la población» en Marx y las dos citas célebres acerca de confiar en la naturaleza la reproducción humana o la existencia de relaciones sociales de producción y de reproducción.

[8] «For it is not true that the working class cannot fight in the sphere of reproduction. It is, however, true that it can only win against the system in the sphere of production»[…] An understanding of capitalism as an integrated system, where production is scaffolded by social reproduction, can help fighters understand the significance of political struggles in either sphere and the necessity of uniting them. […] At this particular moment of neoliberal crisis, gender is being used as the weapon of class struggle by capital. […] Our solution as Marxist revolutionaries is not to simply talk about the importance of class struggle, but to link the struggles of the formal economy to those outside of it. For this to happen, it is less important that we «win the argument» with oppressed identities. It is more important that we win their trust, by being the most intransigent fighters at home and at work. This is why in the organizations where we fight for wages (e.g., our labor unions), we need to raise the question of reproductive justice; and in our organizations where we fight against sexism and racism, we need to raise the question of wages. https://socialistworker.org/2013/09/10/what-is-social-reproduction-theory.

[9] «La experiencia concreta de la huelga de mujeres, […], hizo que la cuestión de si la lucha de clases debía tener prioridad sobre las luchas “basadas en la identidad”, no solo quedara obsoleta sino también retratada como engañosa. Si pensamos la clase como un agente político, el género, la raza y la sexualidad deben ser reconocidas como componentes intrínsecos de la forma en que las personas concretan su sentido del yo y su relación con el mundo y, por lo tanto, son parte de la manera en que las personas se politizan e involucran en la lucha. […] Es fundamental para la organización, las estrategias y la táctica política, la idea de que siempre deben hundir sus raíces en la experiencia concreta de las personas. La abstracción de la experiencia conduce al reemplazo del materialismo por el racionalismo –a saber, combinaciones de categorías analíticas y realidad subjetiva y su proyección libresca acerca de lo que la lucha de clases significa (o debe significar) en las realidades vividas por la gente-. Por otra parte, si el feminismo y el antirracismo aspiran a ser proyectos de liberación para el conjunto de la humanidad, entonces la cuestión del capitalismo es ineludible. El problema de la sustitución de la lucha de clases por luchas basadas en la identidad debe ser reformulado como un problema político surgido de la hegemonía de la articulación liberal del discurso feminista. […]» https://marxismocritico.com/2018/03/07/del-feminismo-de-la-reproduccion-social-a-la-huelga-de-mujeres/

[10] Itaia: https://itaia.eus/2020/01/26/politica-del-99-sumas-que-restan/

[11] http://www.izquierdadiario.es/Feminismo-para-el-99-estrategias-en-debate-134929 Para una lectura sindical de clase sobre las convocatorias del 8 de marzo, es recomendable el posicionamiento de la Coordinadora Obrera Sindical en 2018: https://sindicatcos.cat/8-de-marc-vaga-general-feminista/

[12] Algunos ejemplos: Bezanson, Kate & Luxton, Meg (eds)(2006) Social reproduction. Feminist political economy challenges neo-liberalism. Montreal: McGill-Queen’s University Press; Bakker, Isabella & Gill, Stephen (eds) (2003) Power, production and social reproduction. New York: Palgrave Macmillan; Hansen, Karen V. & Philipson, Ilene J. (eds) (1990) Women, class and the feminist imagination. A socialist-feminist reader. Philadelphia: Temple University Press, …

[13] Tras el éxito editorial internacional de «El Calibán y la bruja» ha obtenido una fuerte visibilidad a través de la figura de Silvia Federici y ha provocado, incluso, la reedición de «El arcano de la reproducción» de Leopoldina Fortunati. Esta última ensaya una, a nuestro parecer, fallida enmienda a la teoría del valor para defender una posición intermedia entre quienes postulan que el trabajo doméstico (extramercantil) produce «valor» en el sentido capitalista del término y quienes rechazan de plano la aplicación grosera de las categorías de El Capital.

[14] Tampoco hay que perder de vista, que en la disputa política e ideológica del frente feminista en el Estado español también están presentes otros enfoques ligados a los estudios culturales y las políticas de la identidad, como la teoría y el activismo queer …, que a menudo reclama (y obtiene) su correspondiente cuota particularista autorreferencial. Y, finalmente con el telón de fondo, nunca hay que olvidarlo, del feminismo liberal, el neomasculinismo (y el rechazo a lo que llaman la «ideología del género») y la instrumentalización de la ultraderecha de la cuestión feminista. Especialmente preocupante, en nuestro contexto, cómo la agitación del fantasma (muy real) de la ultraderecha, a menudo sirve como mordaza de debates políticos de clarificación en el seno del anticapitalismo en nombre del cortoplacismo y el «realismo» (por no decir, de la resignación y abandono de un proyecto politico propio de ruptura y confrontación).

[15] Valga como ejemplo la contradicción entre la doctrina oficial del Pardido Socialdemócrata Alemán y la agitación realizada por Clara Zetkin, magistralmente repasada por Vogel, una herencia contradictoria que marcó los retrocesos de la II Internacional e inspiraría los elementos más rupturistas de la revolución bolchevique y cuyo eco, pese al anticomunismo banal, resuena en las asambleas de base del frente feminista contemporáneo.

Artículo Original: gedar.eus

Antoni Puig Solé – ElComun.es 11/01/2020

Unas palabras del ministro de consumo, Alberto Garzón, han generado una polémica sobre la ganadería española. La derecha las instrumentaliza para abrir un nuevo frente contra el gobierno y mejorar su influencia electoral entre la población rural. Los defensores de Garzón, por su parte, han recordado que el 93,7% de la producción de carne de cerdo, el 94,2% de la carne de aves y el 80,6% de productos lácteos se concentra en granjas grandes y muy grandes y lo han considerado una anomalía de los últimos años. Pero, más que una anomalía, es una tendencia mundial que avanza desde hace 7 décadas.

En 1950, en Alemania, la media en el engorde de cerdos era de 5 por productor. 70 años después era de 1175. Se constata, pues, que cada vez un número inferior de granjas altamente especializadas engordan un número superior de animales, tanto en España como en Alemania.

Se podrá alegar que los datos de Alemania no son equiparables a los de España, ya que allí la población es más numerosa, y lo mismo vale para la producción en los EE.UU. y en China, los dos primeros productores mundiales de cerdos. Aunque esto es cierto, no nos debe pasar por alto que Alemania, pese a ser un gran consumidor de cerdo, es el primer exportador europeo. En 2016, por ejemplo, exportaron 2,5 millones de toneladas.
Esta tendencia tiene elementos perniciosos y, por lo tanto, las críticas de Garzón son justificadas. Lo que se le puede reprochar es haberlo presentado como una especificidad española, lo que no quiere decir que la ganadería española no incorpore elementos negativos particulares.

Ahora bien, ¿por qué se produce este fenómeno ahora que la producción capitalista prospera en todos los sectores, ganadería incluida?

En un mundo capitalista, lo que mueve las inversiones de capital es el beneficio. Cuanto mayor es el beneficio, mayor es el incentivo para invertir. Aunque a nivel individual, la relación no es mecánica, el beneficio procede de la explotación de los trabajadores, es decir, de la plusvalía obtenida con la producción capitalista de mercancías. Y la carne de cerdo es una mercancía más.

La plusvalía no es otra cosa que el plus-trabajo o el plus-producto. Utilizando este último concepto podemos decir que una parte de lo que se ha producido se destina a los productores, pero sólo una parte. En otras palabras: los trabajadores suelen producir una cuantía de producto superior al necesario para su reproducción y esto, bajo el modo de producción capitalista, da lugar a la plusvalía (plus-producto, en el ejemplo). Si lo traducimos en horas, una parte de las jornadas laborales de los trabajadores permiten producir lo que luego ellos mismos (como conjunto social) consumirán; la otra sirve para producir mercancías que los trabajadores no consumirán y que otros acaparan en forma de medios de producción, mercancías de primera necesidad, mercancías de lujo, o simplemente en forma de dinero. Cuanto mayor sea esta segunda parte de la jornada laboral total, mayor será la plusvalía total y, en consecuencia, mayor el beneficio que el capital se repartirá.

Si la plusvalía producida por el trabajador dependiera sólo de la duración de su jornada laboral, las posibilidades de aumentarla serían limitadas, ya que las jornadas no pueden prolongarse más allá del tiempo de resistencia de los humanos. Por otro lado, cabe suponer que, si se alargaran las jornadas laborales, la conflictividad aumentaría. Pero el trabajo excedente también se incrementa cuando se acorta el tiempo necesario para producir las mercancías que consumen los trabajadores. Esto último, como se verá, se puede conseguir con un aumento de la productividad, lo que abarata las mercancías necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo.

A la plusvalía producida por un simple alargamiento de la jornada laboral, Marx le llama plusvalía absoluta y a la que se deriva de la reducción del tiempo de trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo, plusvalía relativa.

Es evidente que la reducción de este tiempo de trabajo necesario para reproducir la fuerza de trabajo, que da lugar a la plusvalía relativa, solo se consigue si aumenta la productividad allí donde se producen mercancías destinadas al consumo de los trabajadores, es decir, productos de subsistencia directa (alimentos, vivienda, vestido, medicinas, educación, etc.) y otros que en determinadas condiciones históricas se estiman necesarios (móviles, electrodomésticos, coches, ocio etc., en nuestros días). La reducción del valor de la fuerza de trabajo proviene entonces de la suma global de todas las reducciones del tiempo de trabajo necesario en las diversas ramas de la industria que producen estas mercancías. Se trata de una serie de actos independientes, llevados a cabo sin previo acuerdo en cuanto a su efecto final, pero que, aun así, el efecto final conlleva una desvalorización de estas mercancías y, por añadido, desvaloriza la fuerza de trabajo.

Cuando un capitalista, abaratando un producto particular, a través de un aumento de la productividad, contribuye al abaratamiento general de la fuerza de trabajo, no suele perseguir este fin. El impulso para aumentar la productividad viene de otros incentivos. ¿De cuáles?

Supongamos que el trabajo de 60 horas mensuales se materializa en 10 cerdos anuales y para su engorde se utilizan medios de producción que para fabricarlos se han necesitado 50 horas. En estas condiciones, para producir 10 cerdos se necesitarán 770 horas anuales. Por lo tanto, cada cerdo cuesta 77 horas (es decir, tiene un valor de 77 horas). 5 son valor transferido (por los medios de producción) y 72 nuevo valor (aportado por la mano de obra necesaria para el engorde). Todo ello suma las 77 horas por cerdo.
Es posible que, en estas condiciones de baja productividad, la inversión en la industria porcina no sea atrayente y sólo ocupe personas no capitalistas a las que la actividad les permite la subsistencia, siempre que la compaginen con otras actividades.

Si un capitalista invierte en este tipo de producción y quintuplica la productividad, engordará 50 cerdos. Supongamos que para que este incremento sea posible, fabricar los medios de producción necesarios ha supuesto 260 horas. En estas condiciones, el capitalista producirá un cerdo destinándole 20,4 horas (6 de valor transferido y 14,4 de añadido). Puede ser que el capitalista pueda contratar a un trabajador, pagándole un salario equivalente al tiempo de trabajo necesario para producir 10 cerdos, es decir, un valor equivalente a 204 horas. Como este trabajador no ha trabajado 204 horas sino 260, el capitalista se apropia de un plus-trabajo equivalente a 56 horas. En estas condiciones los capitalistas pueden estar interesados en instalar no una sino una serie de granjas de cerdos.

Aquí aparece un elemento adicional. El valor real de una mercancía no es su valor individuo, sino su valor social; es decir, su valor no se mide por el tiempo de trabajo que cuesta al productor en cada caso particular, sino por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Mientras la innovación productiva no se generalice, esta capitalista tiene la opción de vender sus mercancías, producidas bajo el nuevo método, a su valor social, vendiéndolas por encima de su valor particular, realizando así una plusvalía extraordinaria por cada cerdo, que sumará a la plusvalía (ordinaria) ya mencionada.

Pero hay un problema. Todo esto se inició con un aumento de la productividad. Es decir, ahora se producen más cerdos que antes. Por lo tanto, para realizar la plusvalía se venderán más cerdos. En igualdad de condiciones, estos cerdos adicionales solo pueden ocupar una parte del mercado a través de una reducción en el precio. El capitalista en cuestión acabará vendiendo por debajo del valor social, pero por encima de su valor particular, digamos que por una cuantía equivalente a 25 horas, realizando su plusvalía global (ordinaria) de 56 horas más una adicional de 4,6 por cerdo.

En las nuevas condiciones, los productores iniciales de cerdos ni siquiera conseguirán subsistir, con lo que abandonarán sus producciones para dedicarse a otras actividades e incluso, en algunos casos, se convertirán en trabajadores al servicio de los nuevos productores capitalistas. Pero la producción de cerdos no disminuirá, sino que aumentará atrayendo nuevos capitales.

Esto solo será el comienzo de una tendencia que se impondrá año tras año. La búsqueda de la plusvalía extraordinaria provoca que los capitalistas más solventes inviertan en nuevas tecnologías que mejoren la productividad. Y así es como en Alemania se ha pasado de una producción de 5 cerdos por productor hace 70 años a una media de 1.175 ahora. En España la evolución ha sido parecida. Y la carrera continúa. Esta carrera incorpora la lucha entre capitales por el control de un mercado en el que el capital alemán, entre otros, pugna, al igual que pugna en el sector del automóvil. El automóvil indica cómo puede acabar la historia del cerdo si todo ello solo se afronta con música celestial, creyendo que de repente todos podemos empezar a comer jamón de primera, a lo que ahora solo acceden los más ricos.

Pero volvamos a la desvalorización de la fuerza de trabajo. Dado que la plusvalía relativa aumenta proporcionalmente la productividad del trabajo, y el valor de las mercancías cae de forma proporcional al incremento de esta productividad, el mismo proceso que abarata las mercancías a nivel unitario permite aumentar la plusvalía que el conjunto de mercancías producidas contiene. Así, el capitalista cuyo único interés es el beneficio, impulsa constantemente la reducción del valor de cada una de sus mercancías, y al mismo tiempo, aumenta el número de mercancías producidas aumentando la masa de plusvalía.

Los capitalistas del gorrino, como hemos visto, se mueven por el mismo incentivo que el resto. Se da la paradoja, que su movimiento comporta de forma adicional una disminución de las horas de trabajo necesarias para reproducir la fuerza de trabajo.

Gracias a ello se puede incluso llegar a producir un mayor número de kilos de carne destinados a los trabajadores, que supere en creces a los de antes, lo que de forma previsible será visto por los sindicatos, como un «buen» reparto de las mejores en productividad, entre capital y trabajo. Será un resultado adicional, que favorecerá a todos los capitalistas como clase y que incluso puede apaciguar la lucha de clases, sin que por ello este sea el motivo individual que ha llevado a invertir para aumentar la productividad.

Así pues, el valor de las mercancías (incluida la fuerza de trabajo) evoluciona en proporción inversa a la productividad del trabajo. 40 horas de trabajo siempre incorporarán el mismo valor nuevo, independientemente del número de mercancías producidas. La plusvalía relativa y la productividad son proporcionales: si un aumento de la productividad produce una caída en el valor de los medios de subsistencia (y, por tanto, en el valor de la fuerza de trabajo), la plusvalía relativa aumentará de forma proporcional. Por lo tanto, el capital tiene un impulso inmanente, y una tendencia constante, hacia el aumento de la productividad del trabajo, con el fin de abaratar las mercancías y, al abaratarlas (en horas de trabajo necesarias a nivel unitario), abarata el coste que para él supone contratar al trabajador.

Este regalo adicional, los capitalistas no se lo dejaran arrebatar. Si queremos que, en lugar de las salchichas de baja calidad, los trabajadores pasen a consumir jamón procedente de unos cerdos engordados en libertad que solo comen bellotas y beben de los ríos, previamente será necesaria una revalorización de la fuerza de trabajo y eso no cae del cielo, por mucho que algunos sostengan la retórica de «la soberanía del consumidor». Para ello, los incrementos de los salarios y de las pensiones, deberían calcularse, no en base a una cesta de la compra que incorpore mercancías que se han fabricado utilizando las formas de producción vigentes, sino otra cesta que incorpore el precio de los productos ecológicos. Puede ser que Garzón esté de acuerdo, pero no creo que lo comparta el gobierno del que forma parte ni la Unión Europea. Si Garzón abre la boca en esa dirección lo volverán a linchar. Tampoco veo que esta sea la propuesta de los sindicatos mayoritarios, que pese a recurrir al comodín del «nuevo modelo productivo», solo reclaman incrementos salariales moderados, en consonancia con la inflación real y tomando como referente la actual cesta de la compra.

¿Está interesado el capitalista individual en la utilidad de su mercancía? En un principio no: sólo le interesa la plusvalía que contiene. Pero para poder venderla, esta mercancía debe ser útil al comprador y debe ser igual o mejor que la de los competidores. Así muchos incrementos de productividad han ido asociados a una mejora en las características de la mercancía producida. Se producen, por ejemplo, más coches que hace 50 años y para producirlos se necesitan menos horas que antes. Pero, en general, parece que los coches son mejores que hace 50 años. Esto en la ganadería es más difícil, aunque hay que reconocer que han conseguido enviar a las estanterías de las grandes superficies, queso, yogures, hamburguesas y salchichas más gustosas y con mejor pinta.
Los incrementos de productivos en la ganadería no comportan únicamente multiplicar la cantidad de materiales, como ocurre en la fabricación de coches, viviendas o electrodomésticos. En este caso, se trata de multiplicar la cantidad de seres vivos y de arrancarles más producto (más huevos, más leche, más kilos de carne, etc.). Los cerdos no se fabrican con máquinas, sino a través de su propia reproducción, si bien en esta reproducción, ahora las máquinas y las nuevas tecnologías (especialmente químicas) también intervienen, ocasionando efectos perversos sobre la vida de estos animales. Por otro lado, el engorde, necesita un tiempo, difícil de cambiar, pero ahora lo han cambiado.

Para reducir los tiempos, se han modificado las pautas de alimentación y las conductas de los animales en cautiverio. Esto acorta los tiempos, cosa fundamental para ampliar la plusvalía, ya que cuanto más corto es el tiempo de rotación de un capital, mayor es la plusvalía anual. El problema es que, con estos incrementos de productividad, la calidad de la carne empeora, como acertadamente señala Garzón. Así, alimentar a los trabajadores sale más barato y se les puede contentar con más rancho, pero de menor calidad.

Los incrementos de productividad comportan una mayor utilización de materiales y una producción mayor de residuos, con los correspondientes problemas ecológicos. Esto es general en todos los sectores. En el caso de los cerdos, entre el incremento de los materiales se encuentran el pienso y los productos químicos asociados y entre los residuos, los purines. Así el problema adquiere una dimensión superior. En Alemania se ha implantado un sistema de descomposición del purín que permite su movimiento de un lugar a otro, desplazando la parte que no puede absorber la agricultura de proximidad. La UE reprocha a España el retraso en esta gestión. Esto no significa que reclame un nuevo sistema productivo, como algunos ingenuos quieren interpretar. Reclama más eficiencia en el sistema vigente.

Corregir el retraso español, exige dinero que podrían venir de los fondos europeos. Al fin y al cabo, se nos dice que hay que priorizar la modernización ecológica. La cuestión es saber a qué manos irán estos fondos, en caso de que también destinen a la “modernización de la ganadería intensiva» y si no se incentivará previamente la penetración del capital extranjero en un sector donde ahora no tiene la fuerza que por ejemplo tiene en el automóvil.

Algunos defensores de Garzón han dicho que la agricultura intensiva ensucia «la España vaciada» y la acaba de vaciar. Es una verdad a medias. Los cambios, como hemos sostenido al principio, vienen de lejos. De hecho, la complementación de una agricultura, cada vez más mecanizada, con la ganadería de nuevo tipo, en un primer momento evitaron que la España vaciada, se vaciara más aún. Esto se logró a través de un proceso peculiar, con el que se promocionó un fenómeno que podríamos definir como ganadería intensiva «en el propio domicilio», incentivado por grandes grupos capitalistas de la alimentación y la distribución, ya que el cerdo, solo llega al mercado en forma de salchichas y otros productos alimenticios que fabrican los grupos industriales y venden las grandes superficies y los grandes distribuidores. Estos grandes capitales, suministraban los lechones, los conejos o las aves para el engorde, el pienso y el tratamiento veterinario. Del resto se ocupaba el ganadero subsumido al gran grupo alimentario y/o distribuidor. Entre este resto estaban las instalaciones, el consumo energético, la mano de obra y la gestión de residuos. Esto ha cambiado de dimensión. A medida que la agricultura y la ganadería se han mecanizado con los correspondientes incrementos de productividad, las pequeñas granjas domésticas han sido sustituidas por granjas grandes, de la misma manera que ha crecido el número de hectáreas que cada propietario o arrendatario cultiva. Pero el modelo sigue siendo parecido, con lo que el problema de los residuos queda en manos de unos ganaderos que en el fondo no son más que un eslabón de la cadena del gran grupo alimentario. Y al mismo tiempo, a medida que la productividad se incrementa, la mano de obra necesaria disminuye, con lo que la España vaciada, ciertamente, se sigue vaciando más aún y solo le llegan trabajadores provenientes de otros lugares, dispuestos a realizar un trabajo duro y mal remunerado al servicio del ganadero. Quien más se beneficia de todo ello es el gran capital, al que el ganadero está subsumido.

En una sociedad de clase y mercantilizada como la nuestra, hay mercancías para ricos (mercancías de lujo) y mercancías comunes. El mercado también refleja las diferencias de clase y también lo hace en la alimentación. Como los incrementos de productividad suelen impactar en las mercancías de lujo al igual que lo hacen en las demás, pueden abaratarlas hasta un nivel que acaban siendo mercancías comunes. Los automóviles, los móviles, los ordenadores o ciertas mercancías de ocio pueden servirnos de ejemplo. Este es otro de los puntos fuertes del capitalismo que le ayuda a garantizar la paz social, sin afectar el estatus de los ricos, ya que a medida que unas mercancías de lujo pasan a la condición de mercancías comunes, aparecen nuevas mercancías de lujo. ¿Es posible que este proceso afecte la alimentación permitiendo que los alimentos ecológicos se abaraten y puedan ser mercancías comunes, sin necesidad de revalorizar la fuerza de trabajo? En algunos supuestos sí. El ejemplo paradigmático podría ser la producción de soja, aunque aquí chocamos con otro problema, derivado de los transgénicos. Pero en el caso que nos ocupa, el proceso topa con la conducta «natural» de la naturaleza que demanda ciclos largos, impidiendo el acortamiento de los periodos de rotación del capital, y también pide prescindir de buena parte de los medios de producción que han permitido los aumentos de productividad. Todo indica que eso de «aquí jamón para el rico, allá jamón para el pobre», perdurará.

El capitalismo actual tiende a consolidar la complementariedad entre una agricultura intensiva con otra de extensiva. Si aceptamos esta complementariedad, ¿se puede decir que el consumo de carne es abusivo? Depende: hay quien todavía no accede a la suficiencia alimentaria, carne incluida. Ahora bien, los incrementos de productividad son tan grandes que a menudo obligan a llevar toneladas y toneladas de carne al mercado, convirtiendo el consumo de carne en «deporte de masas», sobre todo cuando hay una «cultura alimentaria» que lo abona. Este consumo excesivo, que de por sí ya es perjudicial para la salud, acentúa su nocividad, dada la mala calidad de la carne producida. Aquí Garzón vuelve a tener razón. El problema es que mientras él recibe los golpes, sus colegas de gobierno callan o incluso se colocan en la otra parte del ring.

Artículo Original: elcomun.es