Antoni Puig Solé – ElComun.es 06/08/2022
En ciertos ámbitos de la izquierda y del sindicalismo la inflación actual es leída como una consecuencia directa de las ganancias empresariales. Se trata del enésimo intento de afirmar que los problemas del capitalismo no proceden de sus propias dinámicas sino de la codicia de unos cuantos, escondiendo que el apetito de ganancia no es una característica pasajera del capital, sino que es persistente.
Lo primero que cabe decir es que estamos ante un vuelco de la tesis tradicional que sostiene que los incrementos salariales provocan inflación. Mientras el discurso de derechas asocia la inflación al salario, el actual discurso «sindical y de izquierdas» invierte el argumento para imputarla a la ganancia.
En ambos casos, el argumento suele acompañarse de datos reales y contrastables. Ahora, por ejemplo, se destacan las ganancias de las empresas energéticas, las de las entidades de crédito o las de algunas grandes superficies comerciales. Yo añadiría las de las empresas armamentísticas que algunos parece que quieren obviar.
Sin embargo, en lugar de asociar todas estas gigantescas ganancias empresariales a la inflación, deberíamos preguntarnos si detrás no se encuentran el incremento de la explotación del trabajo, la especulación, las oportunidades derivadas de una coyuntura favorable para ciertos sectores económicos, las situaciones de dominio, el acceso privilegiado al dinero barato…, o los ingresos provenientes de los precios de monopolio, pues hay de todo «en la viña del señor».
Como ocurre al asociar los salarios a la inflación, para asociarla a la ganancia se parte de la dichosa fórmula trinitaria de la Economía Política que quiere explicar los precios como suma de renta de la tierra, salario y ganancia. Así, el precio de la mercancía se derivaría de la remuneración de «los tres factores» que intervienen en su producción y cada «factor» obtendría el equivalente a ‘su aportación», presentando las tres remuneraciones como algo «natural» y escondiendo con ello, la explotación del trabajo asalariado. A partir de aquí, el aumento de los precios se suele imputar al incremento de alguno de sus «factores» y a veces, como ocurre ahora, se añade que es intolerable que «el factor» incrementado obtenga una remuneración por encima de «la tasa natural» adecuada a «su aportación». Este incremento del precio, derivado del incremento «no natural» de uno de «los factores» impactaría sobre los otros dos ‘factores» que no lo avivaron, originando una espiral inflacionaria.
Marx no comparte este planteo. Considera que el valor de todas las mercancías producidas es la suma del valor transferido por unos medios de producción que fueron producidos previamente (a los que rotula como trabajo muerto) y el valor agregado por el trabajo vivo que se distribuye entre salarios y ganancias (incluidas las rentas).
Como que los precios de las mercancías se expresan de manera dineraria, el dinero opera como equivalente general y la depreciación del valor del dinero provoca un aumento en los precios. Esta depreciación del dinero no se puede asociar a los incrementos de la ganancia empresarial o a las mejoras salariales. ¡Responde a otras causas! A lo largo de la historia del capitalismo los salarios y las ganancias se han alterado -a veces rápidamente- sin provocar dinámicas inflacionarias. Por supuesto, una vez iniciada una dinámica inflacionaria como la que estamos viendo, la lucha de clases en torno a la distribución del ingreso debería agudizarse. Los aumentos de precios deberían desencadenar las luchas de los trabajadores para recuperar el poder adquisitivo de sus salarios. Esta debería ser, precisamente, la labor de los sindicatos. Como que esta labor entraña riesgos y sacrificios y precisa de una estrategia robusta, algunos prefieren suplicar un «arreglo del desaguisado» a través de controles sobre los beneficios y los precios. Así se pueden disimular las incapacidades sindicales derivadas de las decisiones erróneas tomadas en las últimas décadas y se abona el terreno para atenuar el conflicto cosiendo un acuerdo con la patronal para que se «comprometa a reducir beneficios» a cambio de una «moderación en los incrementos salariales» que encauce la negociación colectiva.
Como que los precios de las mercancías se expresan de manera dineraria, el dinero opera como equivalente general y la depreciación del valor del dinero provoca un aumento en los precios. Esta depreciación del dinero no se puede asociar a los incrementos de la ganancia empresarial o a las mejoras salariales. ¡Responde a otras causas! A lo largo de la historia del capitalismo los salarios y las ganancias se han alterado -a veces rápidamente- sin provocar dinámicas inflacionarias. Por supuesto, una vez iniciada una dinámica inflacionaria como la que estamos viendo, la lucha de clases en torno a la distribución del ingreso debería agudizarse. Los aumentos de precios deberían desencadenar las luchas de los trabajadores para recuperar el poder adquisitivo de sus salarios. Esta debería ser, precisamente, la labor de los sindicatos. Como que esta labor entraña riesgos y sacrificios y precisa de una estrategia robusta, algunos prefieren suplicar un «arreglo del desaguisado» a través de controles sobre los beneficios y los precios. Así se pueden disimular las incapacidades sindicales derivadas de las decisiones erróneas tomadas en las últimas décadas y se abona el terreno para atenuar el conflicto cosiendo un acuerdo con la patronal para que se «comprometa a reducir beneficios» a cambio de una «moderación en los incrementos salariales» que encauce la negociación colectiva.
Artículo Original: elcomun.es
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