Antoni Puig Solé – ElComun.es 10/09/2022
La energía y sus costes siempre han jugado un papel de primer orden en el cambio tecnológico, en los incrementos de productividad, en los procesos inflacionarios y en la evolución del ciclo económico.
Antes de que se impusiera el modo de producción capitalista, se utilizaban animales como fuente principal de energía. En algunas actividades también se empleaba el agua y sólo excepcionalmente energía eólica, pues el viento era y es inconstante e incontrolable. En los hogares se recurría a la leña tanto para cocinar como para calentarse. La leña también era el recurso energético para hornear el pan.
En sus escritos juveniles Karl Marx ya reflexionó sobre la mercantilización de la leña -incluida la leña caída que antes se podía recoger libremente- lo cual empobreció más a los pobres, dificultando su acceso a lo que era su principal recurso energético. Años después, en El Capital, Marx explicó como el cambio provocado por la introducción de la máquina de vapor incentivó la producción capitalista y el carbón pasó a ser la fuente energética principal de la industria, acelerando la productividad del trabajo. Posteriormente se empezó a utilizar la electricidad, pero Marx no vivió lo suficiente para analizar a fondos los cambios que comportaba.
Si bien siempre ha existido una fuente de energía hegemónica, nunca ha sido única. En la época de la máquina de vapor, por ejemplo, algunas industrias recurrían a la energía hidráulica, lo que significaba para ellas una ventaja comparativa, al no soportar los costes asociados al carbón. Sin embargo, los recursos hidráulicos ya eran entonces exiguos y no garantizaban la potencia hídrica necesaria para girar los engranajes de las nuevas grandes fábricas que cada vez perseguían niveles de productividad más altos.
El paso a formas de energía más densas, como los combustibles fósiles, ampararon los años «más brillantes» de la producción capitalista, garantizando el acceso de los obreros al automóvil y a la energía eléctrica, gracias a los altos incrementos de productividad, lo que avaló una cierta paz social en la parte del mundo más industrializada, mientras crecía la acumulación de capital.
En las últimas décadas ha habido una supuesta apuesta generalizada por la energía limpia a la que se ha destinado mucho dinero del que se han beneficiado algunos capitalistas. El posible agotamiento de los recursos fósiles, los problemas ambientales, un miedo irracional a la dependencia de las importaciones de gas natural ruso y las reticencias hacia la energía nuclear han abonado esta supuesta apuesta. Sin embargo, el porcentaje de energía global generada por los combustibles fósiles apenas ha disminuido del 85,54 al 82,28 por ciento, mientras el consumo energético global no ha cesado de crecer. El grueso de las reducciones de los combustibles fósiles ha venido de la sustitución del carbón por gas natural lo cual ayuda a entender la vuelta reciente al carbón.
La elevación del coste de la energía ha acompañado a muchas de las crisis del capitalismo, pese a que nunca ha operado como el elemento único de la crisis. También es una de las causas que impulsan la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y de la subida de precios, o sea de la inflación.
De hecho, los recursos energéticos son uno de los elementos de la producción más sensible a las fluctuaciones de los precios pues deben emplearse permanentemente y en las cantidades adecuadas para poder garantizar la continuidad de la producción. Estas fluctuaciones provocan trastornos e incluso catástrofes en el proceso de reproducción y todo lleva a pensar que ahora nos encontramos ante uno de estos grandes trastornos.
Es obvio que una de las principales razones que se esconden tras las fluctuaciones de precios es la política occidental contra Rusia. Las exportaciones de petróleo de Rusia representan el 10% del comercio mundial de petróleo y sus exportaciones de gas natural casi el 20% del comercio mundial. Por otro lado, Rusia es el mayor exportador de trigo del mundo.
Pese a la supuesta soberanía de la Unión Europea, lo cierto es que los Estados Unidos quieren prohibir a la Unión Europea y a otros países comprar petróleo y gas baratos a Rusia, lo que ha llevado al reciente récord del precio del gas natural. Una parte de esta subida se debe a que los EEUU se está convirtiendo en suministrador de gas licuado a Europa, un gas muy caro obtenido a través de fracturación hidráulica. Otra parte proviene de los laberintos para comprar a escondidas gas ruso, puesto que, pese a las sanciones, en ningún momento no se ha dejado de comprar. Paradójicamente, el principal importador mundial de gas ruso, durante los meses de julio y agosto, fue España, que compró más gas ruso que países tan poblados como India y China. Da risa oír como el presidente del gobierno español quiere presentar a España como un suministrador de gas para “acabar con la dependencia del gas ruso”, mientras se convierte en el principal comprador de este gas.
Mucha gente ya se está dando cuenta del enorme perjuicio que todo esto ocasiona. En diversas ciudades europeas se estén llevando a cabo grandes movilizaciones contra la actuación incendiaria de la Unión Europea en Ucrania y en las que se empiezan a oír gritos demandando la disolución de la OTAN. Este es un camino que la clase obrera de nuestro país debería seguir.
Mucha gente ya se está dando cuenta del enorme perjuicio que todo esto ocasiona. En diversas ciudades europeas se estén llevando a cabo grandes movilizaciones contra la actuación incendiaria de la Unión Europea en Ucrania y en las que se empiezan a oír gritos demandando la disolución de la OTAN. Este es un camino que la clase obrera de nuestro país debería seguir.
Artículo Original: elcomun.es