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La importancia de este texto radica en la integración plena y absoluta de la teoría del fetichismo, de la alienación y de la cosificación en la teoría del valor de Marx, por un lado, y en la actualidad de su crítica a la fórmula trinitaria del ingreso que todavía es sostenida en su formulación refinada por la economía ortodoxa.

En lo concerniente a la teoría del fetichismo es necesario posicionarse ante algunas lecturas de la obra de Marx que la reducen a un “apéndice” secundario injerto en la crítica de la economía política.1 Estas lecturas, abordan la cuestión del fetichismo en su interacción con la conciencia, como un caso más en el que la consabida estructura determina la superestructura, situándolo en la esfera ideológica y subjetiva. Sin embargo, en nuestra opinión y en contra de esta visión unilateral, la teoría marxista del fetichismo está plenamente fusionada con la teoría del valor y por lo tanto, la crítica a la economía política se fundamenta, en gran medida, sobre la base de la teoría crítica del fetichismo. El puente entre la alienación y el fetichismo de la mercancía es el concepto de cosificación de las relaciones sociales. Como señaló Isaak Rubin2, las bases objetivas del fetichismo de la mercancía surgen de la propia naturaleza específica de la sociedad mercantil. En una sociedad mercantil, en la que la interacción y la influencia mutua de la actividad laboral de los productores individuales de mercancías se efectúan exclusivamente a través de las mercancías, a través de las cosas, a través de los productos, debido a su estructura atomista y a la ausencia de una regulación social directa y consciente, es del todo necesario que las relaciones entre las personas asuman un carácter fetichista. Bajo el capitalismo el trabajo del productor no se regula conscientemente a priori, el carácter social de este trabajo seratifica a posteriori en el mercado, a espaldas de los agentes sociales. El mercado regula la reproducción social de forma autónoma y sin el control social de los productores. En consecuencia, es inevitable que las relaciones sociales de producción adopten una forma cosificada. La influencia de la sociedad sobre el individuo se realiza a través de la forma social de las cosas. Así, por ejemplo, las modificaciones en la productividad del trabajo únicamente pueden manifestarse en el mercado como una alteración de los precios de las mercancías.

Xabier Gracia

Article original: Corrent Roig
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Aquest és un article de Xabier Gracia publicat a Rebanadas de Realidad.

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Yo no compito

-¿Eso es sangre?
-No, es carbón. Llevo tanto en el cuerpo como para calentarme hasta mi muerte.

Germinal

Por Xabier Gracia (*)

Rebanadas de Realidad – España, 28/09/04.- En el centro de los debates económicos que se desarrollan en la actualidad está la cuestión de la competitividad. Las soluciones que propone el discurso neoliberal y la izquierda reformista para afrontar los nuevos retos surgidos del proceso de internacionalización del capital pasan por la mejora de la productividad y conseguir, así, una mejor posición competitiva en la división internacional del trabajo.

La competitividad es un virus ideológico. Si uno acepta su lógica está perdido. La aprobación de la necesidad de ser competitivos lleva implícita la aceptación del modo de producción capitalista. Se interioriza hasta lo más profundo del tuétano ideológico la esencia del capital y el obrero asume como propia la necesidad de incrementar la explotación de su trabajo. Una vez inserto en el discurso sobre la competitividad no se cuestionan los fundamentos del capitalismo. Estos quedan a un margen y limitan el alcance de la crítica. El debate pretende establecer una alianza contra natura entre el capital y el trabajo. En este marco, el trabajador acepta de forma fatalista las consecuencias del carácter expansivo del capital. Los efectos de la movilidad internacional del capital y las secuelas que se derivan se interiorizan como fuerzas naturales contra las que no cabe resistencia. El capitalismo, como relación social de producción, se le presenta al trabajador como un ente que tiene propiedades físicas e inexorables. El capital se viste con las propiedades de la materia y se objetiva de tal manera que al trabajador no le queda más solución que aceptar sumisamente su lógica.

En el último período el capital ha intensificado la lucha con el trabajo por la prolongación de la jornada laboral. Esta necesidad imperiosa de aumentar la extracción de plustrabajo mediante el mecanismo de la plusvalía absoluta se ha llevado a cabo gracias a la aceptación por parte de la burocracia sindical del discurso de la competitividad. En Francia y en Alemania los líderes sindicales han aceptado sin combate la extensión de la jornada laboral sin incremento salarial como mal menor para poder ser competitivo en el mercado mundial. El peligro de deslocalización se está utilizando como argumento disciplinario de la fuerza de trabajo sin encontrar respuesta ante el desarme ideológico del reformismo de izquierdas. La imagen es terrible: los trabajadores asumiendo como propia su degradación salarial con el fin último de garantizarse sus condiciones de explotación. En este contexto se hace palpable que la clase trabajadora sin el desarrollo de su conciencia no es más que carne de cañón para la explotación. Es una masa incoherente e inconexa de individuos y no se puede constituir en agente social transformador. Su espectro político se reduce hasta el mínimo y sus condiciones de vida y los elementos civilizadores que conllevan quedan socavados.

El que la producción se articule a través del mecanismo del mercado y de la competencia del capital surge del carácter privado de los medios de producción. La propiedad privada de los medios de producción implica necesariamente la no-propiedad de los trabajadores. Los productos del trabajo se tienen que emancipar de la fuerza de trabajo y oponerse al trabajador como una fuerza hostil: “los productos de los obreros, convertidos en poderes autónomos, los productos como dominadores y compradores de sus productores”. En consecuencia, el trabajador solo puede vender su fuerza de trabajo al propietario del capital si quiere garantizarse sus condiciones de existencia. En esta venta entra en competencia con el resto de los trabajadores que están en su misma situación, es decir, privados de sus medios de subsistencia. Por lo tanto, lo primero que debemos cuestionarnos es el carácter privado de los medios de producción y el antagonismo que surge entre el potencial productivo de la sociedad y los límites que le impone las relaciones sociales de producción. La pregunta que debemos hacernos no es qué estrategias seguir para mejorar la competitividad, sino por qué el trabajador tiene que vender su fuerza de trabajo al capitalista para poder existir. ¿Por qué la producción tiene que ser mediada por el beneficio y por la extracción de plustrabajo?¿Por qué los productos del trabajo se enfrentan al trabajador como propiedad privada del capital?

La competencia entre capitales privados en su batalla por el beneficio supone un enorme derroche de recursos. En contra del dogma ortodoxo que canta las loas de la competencia (con el monopolio de la propiedad, claro está) debemos cuestionar la existencia misma de la propiedad privada como eje vertebrador del proceso productivo. A la competencia capitalista, a esta guerra de todos contra todos, debemos oponer la cooperación socialista de la producción social.

Pero además, el debate sobre la competitividad debe situar en el centro el objetivo y las consecuencias del incremento de la productividad del trabajo. Precisamente, el incremento de la productividad es la alternativa que propone el reformismo de izquierdas para competir con los bajos costos salariales de países como China. Sus propuestas pasan por incrementar la productividad del trabajo aumentando el coeficiente capital-trabajo e invirtiendo en desarrollo e investigación. En términos marxista se trata de incrementar la extracción de plusvalía relativa elevando la composición orgánica del capital. Esto equivale a incrementar la tasa de explotación. El discurso reformista no se cuestiona en ningún momento que los incrementos en la productividad del trabajo sean apropiados por el capital. Al abordar la innovación tecnológica como un elemento neutral de la producción se acepta de manera implícita la confiscación de sus beneficios por parte de capital. Es importante resaltar que la reducción de la jornada laboral no ha tenido su contrapartida en los enormes incrementos de la productividad del trabajo de las últimas décadas. El desarrollo tecnológico y la productividad que este implica se han puesto al servicio del capital y han servido para encadenar al trabajador a la máquina e incrementar su explotación.

¿Quiere decir esto que se debe despreciar la lucha por la defensa de los puestos de trabajo y por la conservación de las condiciones laborales? Ni mucho menos. Sin embargo, como nos recordó Rosa Luxemburg en su Reforma o revolución: “La lucha sindical se convierte, gracias a los procesos objetivos de la sociedad capitalista, en una especie de trabajo de Sísifo”. Es por ello, que estas luchas se deben encadenar al objetivo último de la transformación social y debe quedar bien claro el carácter temporal que, necesariamente, asumen las reformas bajo el capitalismo. Lo que la clase obrera logra arrebatar a la burguesía cuando la correlación de fuerzas le es positiva ésta se lo quita cuando este equilibrio de fuerza se altera nuevamente en su favor. Retomando las palabras Rosa L.: “El socialismo no se deriva automáticamente y bajo cualquier circunstancia de la lucha cotidiana de la clase obrera. Resulta solamente de las contradicciones cada vez más agudas de la economía capitalista y de la convicción, por parte de la clase obrera, de la absoluta necesidad de su abolición por medio de una revolución social. Si se niega lo primero y se rechaza lo segundo, como hace el revisionismo, se reduce el movimiento obrero a simple sindicalismo corporativo y a reformismo social, lo que por su propia dinámica acaba conduciendo, en último término, al abandono del punto de vista de clase.”

El desarrollo de las fuerzas productivas está encorsetado por la propiedad privada de los medios de producción y por los límites que establece la existencia del Estado nacional. De estos dos elementos se deducen cuales son los objetivos del movimiento obrero para superar el modo de producción capitalista. En su lucha contra el capital los trabajadores tienen que volver a levantar la bandera del internacionalismo proletario. No se trata de una consideración romántica sino que es una cuestión de vital importancia para el movimiento obrero. Una de las consecuencias más perniciosas del discurso sobre la competitividad es enfrentar a los trabajadores en líneas nacionales. No debemos permitir ningún tipo de alianza interclasista con las burguesías nacionales. Por ello es necesario desenmascarar el discurso que pretende vincular los intereses del capital nacional con los intereses del trabajo y cuestionar los cimientos más profundos del capitalismo.

(*)Miembro del Seminario de economía crítica Taifa

Aquest és una rticle de Xabier Gracia a Rebelion.

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Deslocalización, propiedad privada e ideología

Xabier Gracia
Rebelión

Una vez más se ha puesto en circulación uno de estos vocablos económicos que actúan como cargas de profundidad ideológica. Me refiero al término deslocalización, así como en su día fueron los términos libertad de mercado (así tienes, así de libre eres), economía de libre empresa (monopolio de la propiedad), flexibilidad (precariedad), optimizar (la explotación…), maximizar (el beneficio) y que hoy ya tienen su pequeño altar en el subconsciente colectivo. El concepto deslocalización crea una pantalla de humo en la que se nos presenta, una vez más, el proceso productivo como algo etéreo, desubicado espacialmente, como una propiedad misma del capital y no del trabajo. En esta ocasión, para justificar el traslado de factorías hacía otros países, se apela a las consabidas fuerzas del mercado. Fuerzas que nos son exhibidas como si de leyes de la física se trataran contra las que nada se puede hacer y no como lo que realmente son: la consecuencia necesaria de las relaciones sociales de propiedad y producción capitalista.

Es este aspecto ideológico el que prepara el terreno para implantar las políticas económicas y sociales neoliberales cuya intención última es imponer las condiciones de vida y laborales que el capital necesita para ser rentable en un contexto regresivo en su curva de desarrollo histórico.

Bajo la producción mercantil la fuerza de trabajo se convierte en una mercancía más, contratada por el capital con vistas a la valorización del mismo. En esta relación asimétrica, fundada en la propiedad privada y apoyada en la movilidad internacional del capital, el capital-dinero puede decidir en qué mercado comprar esta mercancía. Como en la determinación del salario interviene un elemento histórico y social, además del grado de organización de la fuerza laboral, el desarrollo histórico desigual de las diferentes áreas y regiones del mundo ofrecen la posibilidad de diferentes costos salariales y diferentes garantías laborales. La exportación de capital procedente de los centros más antiguos del capitalismo adquiere una importancia cualitativa a partir más o menos del año 1880. Es por eso que tras el concepto de deslocalización no se esconde nada nuevo. Si no, que se lo pregunten a los trabajadores de aquellos países en los que primero se desarrolló el modo de producción capitalista.

Ahora bien, aunque la deslocalización no sea un fenómeno inédito sí es cierto que el desarrollo tecnológico, de las comunicaciones y del transporte junto con la desregulación de sus movimientos facilitan enormemente esta tarea y otorgan al capital de la flexibilidad necesaria para su valorización. El comercio exterior y los flujos internacionales de capitales responden, pues, a las mismas exigencias del sistema que antes, pero con una potencia redoblada. Por eso, las relaciones internacionales (comercio y exportación de capitales) conservan las mismas funciones para el capital, que consisten en combatir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, por una parte ampliando los mercados y explotando nuevas zonas en las que los salarios son más reducidos, por otra reduciendo el coste de la fuerza de trabajo y del capital constante (maquinaria y materias primas).

Dentro de la economía capitalista, el mercado se amplía continuamente, porque la búsqueda de la ganancia engendra la competencia y ésta empuja a cada empresa a acumular y a expandirse.

El mismo mecanismo que desarrolló el mercado local y creó el mercado nacional impulsa a las empresas a vender e invertir en el extranjero.

La mundialización económica viene determinada por la existencia de grandes grupos industriales multinacionales fruto de la concentración y centralización del capital y, por la compulsión de la producción mercantil a aumentar su escala de producción, cuyo marco de actuación no puede aceptar el corsé del Estado nacional. En la tendencia a la internacionalización del ciclo productivo del capital las multinacionales juegan un papel destacado. Estas corporaciones realizan una producción en la que intervienen factorías repartidas por muchos países y abastecen a un mercado que también es mundial. De esta manera, es la extensión creciente de las multinacionales la que ha llevado a un aumento de la escala de producción. El desarrollo expansivo del capital, posterior a la II Guerra Mundial, puso una vez más sobre la mesa los límites que la existencia de los Estados nacionales imponía al desarrollo capitalista tanto desde el punto de vista de la producción como de la circulación de las mercancías y capitales.

Desde esta óptica el objetivo del capital es crear el marco propicio para una organización económica internacional en la que la libre circulación de mercancías y de capitales no encuentre el más mínimo obstáculo. Al eliminar las barreras comerciales, los mercados se amplían más allá de las fronteras nacionales, se agudiza la competencia internacional en una escala superior y la competitividad se convierte en el objetivo central de todos los gobiernos, condicionando tanto su política económica como su política social.

La división internacional del trabajo responde a los intereses del capital, en su objetivo de convertir al mundo en el mercado en el que las mercancías y el capital tengan toda la autonomía que necesiten para su valorización. En estas circunstancias se produce una alteración de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo por la brecha entre la movilidad internacional del primero y el relativo anclaje nacional del segundo.

Esta modificación de la relación de fuerzas obliga a situar el proceso de toma de conciencia en un plano superior para poder contrarrestar la debilidad actual del movimiento obrero y la influencia ideológica del reformismo.

La utilización del concepto de deslocalización en el terreno ideológico supone un aspecto más en la lucha entre el capital y el trabajo. El objetivo que se pretende es la interiorización por parte del trabajo de la competencia y de la competitividad capitalista como un aspecto en el que debe de tomar parte situándose del lado de su empresa, del capital nacional o de su Estado-nación.

Se trata de oscurecer la cuestión de por qué, como trabajador, tiene que competir con otros trabajadores de otros países o regiones; o por qué está obligado a vender su fuerza de trabajo al empresario o por qué sus condiciones de vida dependen de las decisiones de los propietarios del capital. Dicho fríamente, la intención última es que los trabajadores compitan entre ellos, asumiendo como propia su degradación salarial, para conseguir que su explotación les permita sobrevivir.

En este contexto la amenaza de deslocalización es utilizada como mecanismo para disciplinar al movimiento obrero. Así, si antaño en las negociaciones entre el capital y el trabajo se amenazaba con cerrar la fábrica (deslocalizar la empresa al bolsillo del empresario) si los trabajadores no atendían a razón, ahora se azuza con la consabida deslocalización. El mejor ejemplo lo tenemos en la actualidad en la factoría que Nissan Motor Ibérica posee en la Zona Franca de Barcelona. La dirección del grupo, después de que la empresa incrementara su producción en un 50 % en el 2003, llegando a las 100.000 unidades, exige una reducción de un 31 % en los costes de fabricación. Los planes de la multinacional incluyen, asimismo, una congelación salarial desde el 2004 hasta el 2007, con el pretexto de poner en peligro 900 puestos de trabajo, casi un tercio de la plantilla actual. Por otro lado y con la misma plantilla, en el 2005 se espera llegar a una producción de 125.000 unidades, con la incorporación de los nuevos 4 x 4, y en el 2006, a unas 150.000. Para ese mismo año se cerrará la planta de motores de Cuatro Vientos (Madrid) cuya fabricación se transferirá a Barcelona.

Otra situación similar la encontramos en la factoría que Mercedes Benz posee en Vitoria donde la minoría sindical de UGT y CC.OO (11 delegados de los 27) han aceptado la propuesta de la empresa y han firmado el convenio colectivo de forma limitada, al no contar con el 50 % de la representación de los trabajadores. Esto supone que será de aplicación exclusiva para su afiliados y para aquellos que individualmente lo suscriban. La oferta final de la empresa contempla un incremento salarial de un punto por encima de la inflación y una reducción de jornada de 24 horas a lo largo de los cuatro años de vigencia del convenio. Además la empresa puede mantener la flexibilidad, que obliga a sus empleados a trabajar numerosos sábados al año, a cambio de hacer fijos a 90 trabajadores eventuales. Las direcciones de UGT y CC.OO dieron crédito a la amenaza de la dirección de trasladar parte de la producción a Alemania porque se ponía en peligro el empleo.

Sang Heung Shin, presidente de Samsung Electronics Iberia, acompañado de sus asesores legales, presentó como argumento para justificar el cierre de la factoría de Palau-solitá i Plegamans las abultadas diferencias salariales entre España, los países del este de Europa y China. Desde luego que este caballero nos ha descubierto la sopa de ajo. El cierre de la factoría dejará sin empleo a 434 empleados. Sin embargo, El País en su edición del 9 del febrero nos revelaba que Samsung pagó en Royalties a su matriz coreana 43,3 millones de euros el pasado año, un 5,3% de sus ventas que contrastan con los 200.000 euros de beneficio declarados. La carga de estos pagos por transferencia tecnológica casi dobló la carga que supusieron los costes totales laborales (23,2 millones). El pago de Royalties, que es una práctica generalizada por parte de las multinacionales, es una forma de repatriación de los beneficios. Además, permite eludir el impuesto del 35% sobre los beneficios frente al 25% con que se gravan los royalties que se transfieren al exterior.

Sin embargo en el caso de la empresa coreana el impuesto por Royalties se sitúa en solo un 10% debido a un convenio bilateral existente con este país. En el 2002, la compañía pagó por utilizar la tecnología y otros servicios de la matriz coreana 51,6 millones de euros que representaron el 6,4 % de sus ventas, frente a los 20,7 millones que se gastaron en costos laborales y que representaron asimismo el 2,6 % de las ventas de este año. En los últimos tres años la multinacional ha obtenido en España no más de 13 millones de euros de beneficios, pero en transferencia de tecnología la cifra asciende a cerca de 160 millones de euros.

El caso de Samsung es un claro ejemplo de como las rentabilidades de las empresas filiales responden a las necesidades estratégicas de la empresa matriz. Ésta puede hacer lo que quiera con sus filiales manipulando los precios relativos de transferencia o cobrando supuestos servicios de contabilidad o auditoria. Tampoco debemos olvidar que la filial coreana cobrará más de 30 millones por la venta de los terrenos de la planta, cuya compra facilitó el gobierno de CiU un 40% más barato que el precio de mercado y que recibió en subvenciones desde 1993 más de 3,4 millones de euros, lo que representa un 20 % de la inversión inicial.

Desgraciadamente, en muchos casos, las luchas se están limitando a conseguir arrancar una buena indemnización y poco más. También se ha puesto de moda contratar los servicios de una empresa para recolocar a los trabajadores despedidos en puestos similares. Pero sirva como aviso para navegantes el dato de que apenas el 40 % de los 928 empleados fijos (928 fijos y 352 eventuales de los 1280 que se perdieron) de Lear tienen empleo dos años después del cierre de la empresa, a pesar del compromiso de la mesa por la reindustrialización de recolocar al conjunto de la plantilla. Además estas colocaciones han sido por iniciativa propia.

La pérdida de competitividad de las industrias radicadas en nuestro país obedece a múltiples factores: apreciación del euro frente al dólar, el diferencial de inflación, la escasa incorporación de nuevas tecnologías, carencias en infraestructuras y los pocos recursos dedicados a la innovación y al desarrollo de nuevos productos. A pesar de todo ello, el discurso general se centra en los costos salariales pasando por alto el diferencial de productividad.

La demanda obsesiva del capital por reducir la participación del salario pone de manifiesto cómo el salario es el factor central en la lucha distributiva entre capital y trabajo. No quiero ni pensar que pasaría si fueran los salarios los que aumentaran un 17% anual en lugar de la vivienda… y eso año tras año. Sin embargo en esta lucha se hace palpable la incapacidad del capitalismo para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población sin poner en peligro el proceso de acumulación capitalista.

Estos señores deberían ser francos y explicarnos si lo que quieren para nosotros son los mismos salarios que en el Tercer Mundo y los mismos derechos sindicales. Según Intermón, en Marruecos, donde producen Cortefiel, Inditex, Mango e Induyco (Corte Inglés) las mujeres son frecuentemente expuestas a jornadas laborales de 12 y 16 horas en temporada alta, porque desde España se les pide plazos de entrega de 6 días (ya se sabe: just in time) en aras de los cambios de escaparate. Un ejemplo clarificador es el de una fábrica textil de Tánger que vendía hace tres años por 3,3 euros un pantalón a las grandes firmas españolas y hoy sólo cobra 2 euros. Por cierto, que es así cómo el capitalismo libera a la mujer musulmana de las garras del fundamentalismo fanático religioso para caer en las manos del fundamentalismo fanático del beneficio.

A los 7.000 trabajadores de la factoría Doson en Indonesia les ha sido denegada la indemnización por despido que les corresponde desde septiembre de 2002, cuando la factoría cerró como consecuencia de la cancelación de pedidos por parte de Nike. La factoría llevaba produciendo calzado para Nike desde hacía 11 años y los trabajadores sospechan que Nike canceló sus pedidos porque ellos protagonizaron una corta huelga en demanda de mejoras salariales. Según los trabajadores, Nike ha trasladado sus pedidos a otros países donde los sindicatos independientes son ilegales. Nike, por medio de la subcontratación, produce anualmente en Indonesia entre 45 y 55 millones de pares de zapatillas deportivas. De todas ellas, tan sólo un 2% son destinadas para el mercado local. El resto es para el mercado internacional del que Estados Unidos absorbe la mayoría de la producción. La multinacional tiene actualmente más de 700 factorías que dan trabajo a más de 500.000 trabajadores en Asia y América Latina. Por cierto no estaría de más recordar el caso de Jim Keady, un estudiante neoyorquino de teología del Saint John´s que adelgazó más de 11 kilos en un mes de trabajo en una fábrica indonesa, que producía calzados para Nike, en las mimas condiciones que los trabajadores autóctonos. Pero eso no es todo, el contrato de publicidad que ha suscrito la marca y el golfista Tiger Woods (aclaremos que el golf es un deporte y golfista quien lo practica) le reportarán a este último más de cien mil dólares diarios. Mientras tanto, un trabajador indonesio tendría que trabajar 139 años para conseguir lo que Woods en un sólo día paseando su cuerpo serrano por el campo de golf.

Es curioso que algunos economistas definan la ciencia económica como la ciencia de la asignación óptima de recursos escasos. Sin embargo el capitalismo es capaz de despilfarrar el trabajo de los 185´9 millones de parados que existen según la OIT (Organización Internacional del Trabajo) por un lado y por el otro tres ciudadanos estadounidenses -Bill Gates, Paul Allen y Warren Buffett- poseen juntos, una fortuna superior al PIB de 42 naciones pobres, en las cuales viven 600 millones de habitantes. O que las 356 personas más ricas del mundo disfruten una riqueza que excede a la renta anual del 40% de la humanidad. En la UE, unos 56 millones de personas (el 15 % de la población) tienen ingresos inferiores al 60 % de la media en cada país y en España, esta cifra se eleva hasta el 19 %. Según el Banco Mundial, el número de pobres en la Europa del Este y en la URSS se multiplicó por 20 entre 1987 y 1998. (citado en El País del 8 de febrero) Pero cuidado con pensar que se trata solamente de un problema de distribución, pues son las relaciones de producción quienes determinan las relaciones de distribución.

Si bien el elemento disciplinante de la mano de obra es importante, tampoco sería correcto negar el peligro que, bajo las actuales relaciones de producción, supone la deslocalización de empresas hacia el Tercer Mundo en busca de menores salarios o con la intención de penetrar en nuevos mercados. Ahora bien, es un peligro que surge de la aceptación implícita de la propiedad privada del capital y le es inherente. Pues la deslocalización o desinversión se nos puede presentar de muchas maneras, por ejemplo, cuando una empresa cierra para vender el suelo que ocupa o cuando el cierre viene originado porque el beneficio que proporciona una factoría es inferior a la tasa media de ganancia. En estos casos el capital se deslocaliza desde la inversión productiva a su forma de capital-dinero sin cuestionarse la necesidad social de su producción.

Tampoco podemos olvidarnos de los talleres textiles ilegales que funcionan en nuestro país con trabajadores chinos en un régimen de semiesclavitud y que no impide que los empresarios nacionales obtengan pingües beneficios con su comercio. Se trata de una forma paradójica de deslocalización. Aquí los deslocalizados son los trabajadores desde su país de origen hacia el nuestro. También podríamos hablar de las deslocalizaciones de mujeres que son prácticamente secuestradas en sus países de origen con la promesa de un contrato de trabajo para emplearlas como esclavas sexuales a manos de empresarios sin escrúpulos. Podríamos extender nuestra lista con todos aquellos emigrantes que trabajan para los empresarios españoles en peores condiciones salariales y sin ningún tipo de derecho sindical.

El modo de producción capitalista es un modo de producción que se articula a nivel internacional. Penetra y disgrega las relaciones precapitalistas de producción en el Tercer Mundo extendiendo la forma mercancía de la fuerza de trabajo como su sello característico.

Una fuerza de trabajo desposeída de sus medios de subsistencia que únicamente puede vender su capacidad de trabajo para adquirir en el mercado sus medios de vida. Es por eso que en el marco del Estado nacional y de la aceptación de la propiedad privada de los medios de producción no encontraremos una salida a los problemas surgidos del proceso de internacionalización del capital. Como mecanismo de explotación internacional la respuesta del movimiento obrero sólo puede articularse desde una perspectiva internacionalista que suponga la superación de las relaciones sociales de producción capitalista. Los trabajadores no podemos tomar parte por el Estado nacional burgués o por el capital nacional para garantizarnos nuestras condiciones de explotación ni debemos competir con los trabajadores de otros países por arrebatarnos las migajas del total que producimos. Así como el capital español o catalán es capaz de deslocalizar sus empresas e invertir en Marruecos o Latinoamérica, nosotros debemos ser capaces de articular nuestra respuesta superando el marco de lucha nacional por un lado y social por el otro.

Xabier Gracia, miembro del seminario de Economía crítica Taifa