Escribo estas líneas en una semana que nos dicen que será crucial para Europa, la UE y para el Euro1. Parece que estamos frente a una “refundación” de la UE y muchos dicen que la UE de los próximos meses y años no se parecerá en nada a la UE que conocemos hasta ahora. Escribir pues un artículo sobre la UE en estas circunstancias podría parecer una misión más propia de la astrología que otra cosa. Sin embargo, aunque muy probablemente veamos renegociar y modificar tratados, instituciones y políticas, deberíamos ser capaces de observar cuales son los rasgos estructurales de la UE y sus grandes tendencias de futuro. Lo que sigue es la presentación de distintos elementos, que espero que puedan servir para analizar y comprender mejor todos los cambios que va a sufrir la UE próximamente.

Más Europa y menos estados?

Uno de los lemas más coreados en todas las cumbres europeas de lo últimos dos años es que “de la crisis solo se saldrá con más Europa” (y con menos estados) y que es necesaria una mayor cesión de soberanía hacia la UE ya que los estados no pueden hacer frente por si solos a los mercados. Qué quiere decir eso exactamente? Qué relación hay entre la UE y los Estados? Son realmente cosas distintas?

Si vamos a los tratados a ver cual es la relación de los estados miembros con la UE, vemos que la Unión Europea se define como una unión de estados a los cuales estos atribuyen una serie de competencias para alcanzar objetivos comunes. Es decir, en principio parece que la UE no es más que la suma de los estados miembros.

Y, sin embargo, oímos muy frecuentemente como los estados achacan muchas medidas impopulares a decisiones de Bruselas. De hecho, en el estado español, todas las medidas de “austeridad” y recortes de los últimos dos años se han presentado bajo el lema que eran necesarias para evitar un rescate de España por parte de la UE!2

Como entender esta relación dual que se establece entre UE y estados miembros? Es muy difícil estar permanentemente actualizado ante la complejidad de órganos, instituciones, normas de funcionamiento y políticas de la UE. Sin embargo, se ha escrito mucho sobre la naturaleza y el papel del Estado desde una perspectiva crítica. Podríamos aprovechar todo este bagaje para estudiar y analizar la UE?

Desde una perspectiva estrictamente institucional, la UE y el proyecto de construcción europea no parecen nada más que añadir una capa más al entramado institucional del Estado. En los estados modernos, el entramado institucional ya se divide en distintos niveles que van desde el plano municipal, el más próximo al ciudadano, hasta las instituciones y organismos internacionales, pasando por los estados-nación y sus múltiples formas de organización regional. Así, por ejemplo, en el caso del estado español tendríamos ayuntamientos, consejos comarcales, diputaciones provinciales, comunidades autónomas, la administración central, la Unión Europea y los organismos e instituciones internacionales a las que se haya adherido el Reino de España.

Cada uno de estos niveles institucionales tiene una serie de competencias determinadas (exclusivas o compartidas). Sin embargo, a pesar de toda la complejidad que supone esta superposición de capas, desde un punto de vista funcional, todo se puede considerar parte del Estado. Por lo tanto, un elemento valiosísimo a la hora de analizar la naturaleza y el papel de la Unión Europea será toda la teoría elaborada alrededor de la naturaleza y el papel del Estado.

Hay distintas concepciones sobre la naturaleza del Estado. Pero desde una visión de clase, el Estado es un Estado de clase, y por lo tanto es un instrumento al servicio de la clase dominante con la finalidad de reproducir y mantener el status quo existente. En la actualidad, se trata de reproducir el capitalismo como sistema económico y social. En el capitalismo, la principal función del estado es cooperar con el capital, la clase dominante, para que éste acumule cada vez más y más beneficios y reproducir el sistema por el cual éstos son obtenidos —potenciando lo que se ha llamado una función de acumulación (facilitar que el capital obtenga beneficios y los pueda acumular). No obstante, en las democracias “modernas” de los países centrales, al mismo tiempo que ese es el objetivo principal, no se pueden ignorar totalmente los intereses de la mayoría de la población, la clase dominada. Para que los conflictos sociales no pongan en peligro la estabilidad del sistema y su reproducción se debe realizar lo que se considera una función de legitimación (atender hasta cierto punto los deseos de las clases dominadas). No obstante, en caso de conflicto entre ambas funciones el estado se inclina siempre por mantener la función de acumulación a costa de la legitimación3.

Se ha escrito mucho también, sin embargo, sobre la disolución y la desaparición de los estados a raíz de la conjunción de la globalización y la doctrina neoliberal. Por un lado, el neoliberalismo promueve un Estado mínimo, que simplemente debe limitarse a proteger la ley y el orden; y por otro la globalización ha llevado a que los principales agentes económicos sean empresas transnacionales, con más poder que muchos estados, que pueden dividir y asignar geográficamente la producción según sus necesidades y ante los cuales a los estados no les queda otra opción que someterse a su voluntad.

Esta visión, sin embargo, es excesivamente simplista y esconde una realidad mucho más compleja. Es cierto que el poder de los estados ha cambiado mucho en las últimas décadas pero no por eso dejan de cumplir una función importantísima para el capitalismo global. Bajo la globalización neoliberal los estados son los responsables de llevar a cabo tres funciones de vital importancia. En primer lugar, son los responsables de adoptar, promover y ejecutar el cumplimiento de las recetas neoliberales (liberalización, flexibilización del mercado laboral, austeridad del sector público…) en sus territorios. En segundo lugar, son los responsables de la creación de organismos supranacionales que cumplan las funciones tradicionales de los estados en este nuevo ámbito global4. Y por último lugar los estados deben poner su política exterior al servicio de las empresas transnacionales ubicadas en su territorio y “mediar” ante terceros países para favorecer los intereses del capital “nacional”.

En el capitalismo, se llama crisis a los momentos en los que el proceso de circulación y acumulación del capital se entorpece y se obstaculiza de forma generalizada. En estas situaciones, cuando las tasas de ganancia desaparecen o disminuyen a niveles no aceptables para el capital, es cuando éste último pone en marcha todos los mecanismos posibles para revertir esta situación. Uno de sus principales instrumentos es precisamente el Estado. Así, no es de extrañar que de forma generalizada todos los estados, y también la UE, hayan abrazado un discurso sobre como antes de la crisis vivíamos “por encima de nuestras posibilidades” y ahora es necesario realizar ajustes, recortes, sacrificios de algunos bienes, servicios y prestaciones públicas que considerábamos derechos en pro de conseguir retornar a la senda del crecimiento económico y la prosperidad. En otras palabras, se debe reducir el nivel de gasto del estado en su función legitimadora en favor de potenciar el proceso de acumulación de un capital en crisis.

Europa a dos velocidades. Europa se rompe?

Otro de los temas más recurrentes en los últimos meses es la posible salida del Euro de los países periféricos, el establecimiento de dos euros (uno para los países centrales, que cumplan con los requisitos de pertenecer a tan selecto club y otro para los países periféricos, etc. Ante tal panorama todo el stablishment se ha apresurado a afirmar la necesidad de que España esté en el grupo central y que sería una catástrofe esta división de Europa en dos.

Sin embargo, esto de la creación de divisiones no es nuevo ni en Europa ni en la UE. De hecho, la propia UE no incluye a todos los países que forman parte de la Europa geográfica y dentro de la UE no todos los países pertenecen al club del euro. Además, la pertenencia a la UE no es una cuestión automática si no que hay múltiples status de países miembros, asociados, candidatos, en vías de adhesión, etc. Incluso, esta redefinición de las fronteras se extiende más allá de las fronteras geográficas de Europa a través del establecimiento de la política de vecindad con los países del norte de África o del Cáucaso a través de la cual se llevan a término acuerdos de cooperación económica que favorecen la instalación del capital europeo en dichos países (geográficamente próximos pero con legislaciones laborales y ambientales mucho más favorables al capital).

Vemos por tanto que la creación de “múltiples Europas” no es una catástrofe; ni tan siquiera que la crisis actual vaya a acabar con el “sueño” de la integración europea. Todo lo contrario, tanto las divisiones actuales como la posible reconfiguración del mapa europeo no tiene otra finalidad que la de favorecer el proceso de acumulación capitalista aprovechando al máximo las ventajas que cada “espacio” pueda ofrecer. Y es que no podemos olvidar que las necesidades del capital son a menudo contradictorias. Mientras al capital financiero le interesa una moneda fuerte que actúe como moneda de reserva y que pueda rivalizar en los mercados de divisas con el Dólar, al capital exportador le interesa una moneda débil que permita una mayor competitividad de las exportaciones europeas en los mercados mundiales; mientras que por un lado es necesario mantener costes laborales bajos en los países “periféricos”5, la UE necesita mantener como mecanismo de legitimación ante sus ciudadanos unas expectativas de mejora en las condiciones laborales y de de calidad de vida a niveles de los de los países “centrales”. Combinar todos estos intereses en un mismo espacio geográfico, requiere la creación de múltiples “fronteras” o divisiones. En un contexto de crisis como el actual en el cual el capital se obligado a ser más competitivo estas necesidades son mayores que nunca.

Breve historia del proyecto europeo (o de como los momentos de crisis son momentos de recomposición del capital y, en consecuencia, también de la UE).

La UE responde a las necesidades del capital. Siempre lo ha hecho y, a medida que este capital se transforma, se transforma también la UE. Muy probablemente la UE que vayamos a ver en los próximos años sea (muy) distinta a la actual. (aunque en esta crisis todo sucede a una velocidad de vértigo, estos cambios solo pueden apreciarse con un poco de perspectiva histórica). Y es que precisamente una de las características de las crisis capitalistas es que sirven para forzar una recomposición del capital, y en consecuencia también cambian sus necesidades.

El germen del proyecto de construcción europea se encuentra en la necesidad de reconstrucción material de una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Poco después del fin de la guerra las élites económicas y financieras de la Europa Occidental se dan cuenta que las “grandes empresas” europeas (de tamaño nacional y con mercados internos muy limitados y fragmentados) no pueden competir con las de los EEUU que llegan de la mano de la ayuda norte-americana. Es aquí cuando nace en buena medida el proyecto de construcción europea al empezar a reclamar las grandes empresas a los estados medidas que les permitan competir en este nuevo mundo bipolar. En 1957, con el Tratado de Roma nace formalmente el proyecto europeo, la Comunidad Económica Europea (CEE), con la intención de crear un mercado supraestatal que potencie las empresas europeas dotándolas del tamaño suficiente para poder competir con las empresas norte-americanas. En este sentido la CEE es un éxito para el capital y en Europa en los años siguientes se produce un gran crecimiento económico.

En la década de los 70 el capitalismo de postguerra basado en una economía de base industrial y el pleno empleo entra en crisis, y con él también el proyecto europeo. Es bien sabido que una de las funciones que cumplen las crisis en el capitalismo es precisamente la de forzar la recomposición del capital. Esta característica fue especialmente evidente en la crisis de los 70. Huyendo de un capitalismo industrial en crisis, el capital encontró una salida exitosa para recuperar sus tasas de beneficios en el ámbito financiero. Será en este contexto que el gran capital europeo decidirá dar un golpe de timón para reorientar el proyecto europeo. Las necesidades del capital no eran las mismas que en los años de postguerra y por lo tanto hacía falta una nueva CEE que pudiera responder a estas necesidades. Será pues a partir de este momento en que la CEE (y más tarde la UE) se convertirá en un agente impulsor del neoliberalismo, tanto para si misma y los estados miembros como para el resto del mundo.

Desde entonces la UE empezará un proceso de “revolución” constante de todos los ámbitos económicos con la finalidad de adaptarlos a las nuevas necesidades del capital y a la doctrina neoliberal dominante. Así, primero será la liberalización comercial y financiera (Acta Única, 1986), el libre comercio dentro de los estados miembros, luego la adopción de una moneda única (Maastricht, 1992)6, posteriormente será el blindaje del Banco Central Europeo (1995) ante cualquier tipo de control político así como el blindaje también de la política económica y fiscal de los estados (Pacto de Estabilidad y Crecimiento, 1997).

Posteriormente el foco girará hacia la competitividad global. Por un lado la competitividad interior mediante la liberalización de cada vez más ámbitos anteriormente cubiertos por el estado o ampliamente regulado y mediante la flexibilización del mercado laboral, abandonando la “vieja” idea del pleno empleo y apostando por la flexiseguridad; los trabajadores deben ser ocupables, flexibles y adaptables a las necesidades de las empresas. Por otro, la competitividad exterior; la UE debe promover que las empresas europeas puedan competir en las mejores condiciones posibles fuera de sus fronteras y para ello las UE y sus estados miembros no dudarán en utilizar todos los mecanismos a su alcance para “mediar” ante terceros países a favor de las empresas europeas.

Pero este modelo de competitividad global no evitó que la UE se viera envuelta en la crisis que se inició a mediados del 2007. De hecho no es que la UE no fuera capaz de evitar el estallido o el contagio de la crisis financiera originada en EEUU; la UE fue uno de los agentes que más apostó por una financiarización creciente de la economía, por la creación de un espacio financiero de primer orden que pudiera competir con Wall Street o los mercados de valores asiáticos gracias al Euro, por la liberalización y desregulación de cada vez más actividades (energía, comunicaciones, banca, transportes, etc.) y con una política monetaria que favorecía el libre endeudamiento privado pues los tipos que fijaba el BCE eran en muchos países los más bajos en décadas y sin ningún tipo de limitación o control más allá del que impusiera el mercado.

Y así como no se pudo evitar el contagio de la crisis financiera, tampoco la UE fue capaz de evitar el contagio de la crisis financiera al resto de sectores de la economía. La desregulación financiera hace muy difícil “forzar” a los bancos a reestablecer el flujo del crédito, cosa que pone en graves aprietos a muchas empresas pequeñas y medianas por rentables que sean; y la liberalización de muchos sectores anteriormente públicos hace que los estados tengan pocos (o casi ninguno) mecanismos para intervenir directamente en la economía. Además, La UE se dotó de unas reglas económicas que son un “sin-sentido” y que no han hecho más que avivar el fuego de la crisis. La política económica, debe ser siempre anticíclica por definición. La UE es rehén del tratado de Maastricht, del PEC y del BCE que establecen la “austeridad” en el gasto público, la prohibición de incurrir en déficit público7 y la limitación de la deuda pública e incapacitan cualquier tipo de medida que pudiera reactivar la actividad económica.

Con esta situación y el rescate explícito e implícito del capital financiero8, los estados miembros y el conjunto de la UE se ven sumidos en una grave crisis. Ante esta situación, algunos abogan ya por la necesidad de una “refundación” de la UE. Pero… Como va a ser esta refundación? En que dirección va ir?

A tenor de crisis anteriores los cambios de la UE serán el reflejo de los cambios en la composición del capital. Cual va a ser pues la facción/característica del capital dominante tras esta crisis? Todavía es pronto para saberlo. Actualmente lo que observamos es como el capital financiero está intentando por todos los medios posibles mantener su posición dominante. Aunque, como es bien conocido, la magnitud de la burbuja financiera es tal que cualquier salida mínimamente estable deberá pasar por una brutal reducción de su tamaño..

Esta reducción, sin duda, también afectaría al capital productivo, que se verá obligado a trabajar con un apalancamiento mucho menor y en consecuencia con un volumen de producción menor si quiere mantener/restablecer sus tasas de beneficios Por otro lado, el modelo productivo de la UE no es otro que el pregonado por la OMC, basado en la competitividad global con economías orientadas a la exportación. Incluso dentro de la UE esta propició un desarrollo productivo desigual. Con Alemania como gran motor exportador neto y unos países periféricos importadores netos (solo sostenidos a base de deuda financiada a su turno por los países exportadores netos) y en el que los fondos estructurales y de de cohesión son solo parches a este modelo (a la vez que lo refuerzan). Claramente este modelo no es generalizable pues para que haya un país netamente exportador debe haber por lo menos un país que sea importador neto y, mientras no se pueda exportar a otros planetas!, no todos los países pueden ser exportadores netos.

Todos estos problemas y contradicciones que aparecen más evidentes que nunca en tiempos de crisis emergen de forma recurrente a lo largo de la historia pero no pueden ser solucionadas pues son inherentes al funcionamiento del capitalismo. El capitalismo tan solo puede diferirlas en el espacio y en el tiempo en una salida adelante en la que solo importa el hoy y parafraseando a Keynes “A largo plazo todos estaremos muertos”. Esta visión a corto plazo sin duda caracteriza (y lo seguirá haciendo en el futuro más inmediato) toda la actuación de la UE y sus estados miembros mucho más preocupados por el día a día de la evolución de la prima de riesgo de la deuda pública, los vencimientos y las subastas de deuda y la evaluación de las agencias de rating que del bienestar de sus ciudadanos. La UE está realizando una verdadera operación de rescate. Pero no es el rescate de parte de sus ciudadanos, ni siquiera de alguno de sus países miembros. Se trata de un enorme proceso de redistribución desde los trabajadores hacia el capital. Un intento por todos los medios posibles de evitar el derrumbe de una burbuja financiera (aunque se extendió a muchos sectores de la economía) y que el capital no está dispuesto a aceptar. Todo un rescate de los poderosos.

Joan Junyent Tarrida, miembro del Seminari d’economia crítica Taifa.Articulo publicado en ¿Unión Europea pa qué?, ¡pa ná!

NOTAS

  • 1 Primera semana de diciembre del 2011.
  • 2 Paradójicamente las medidas que toman para evitar el “rescate” por parte de la UE son prácticamente las mismas que la UE y el FMI exigen a los países rescatados!
  • 3 Una de las principales contradicciones a las cuales se enfrenta la Izquierda es precisamente como combinar éste análisis de la naturaleza de clase del estado con el papel que ha tenido el Estado de garante de ciertos derechos y promotor de una mejora de las condiciones de vida de las clases trabajadoras.
  • 4 En este sentido es útil comparar la relación entre la formación y consolidación de un capital nacional y la construcción del estado-nación en el S.XIX con el proceso de creación de empresas transnacionales y emergencia de nuevos organismos supranacionales de todo tipo en el último tercio del SXX.
  • 5 No solo periféricos en término geográfico, si no también en aquellos en los múltiples estados del proceso de integración europea.
  • 6 El Tratado de Maastricht (1992) supone no solo el punto de partida de la unión monetaria, si no toda una refundación el proyecto europeo, a partir de ahora pasará a denominarse Unión Europea (UE), pero sobretodo una respuesta europea ante el nuevo mundo unipolar dominado por los Estados Unidos y sus empresas globales tras la desintegración de la URSS, la caida del bloque soviético en la Europa oriental y el fin de la Guerra Fría.
  • 7 Una de las medidas acordadas en el momento de escribir estas líneas es que los estados incluyan en las constituciones respectivas un artículo que prohíba el incurrir en déficit público estructural, de forma similar a como se ha hecho recientemente en el estado español.
  • 8 En un primer momento, la reacción de las autoridades de la UE fue interpretar la crisis financiera que estalló en agosto del 2007 como una situación temporal de falta de liquidez en los mercados. En consecuencia en BCE se dedicó a inyectar liquidez en el mercado interbancario a la espera que se restableciera la confianza entre los agentes financieros.
    Sin embargo, estas no consiguen restablecer la confianza en el mercado interbancario y esto llevó a que las entidades financieras congelen el crédito a la economía real. Paralelamente entidades financieras de distintos tamaños atraviesan graves problemas, se descapitalizan y llaman a auxilio del sector público. Algunas quiebran, otras son absorbidas por entidades competidoras y otras son “nacionalizadas” por los respectivos estados. Estas “nacionalizaciones” son el ejemplo paradigmático de la máxima capitalista “lo que de beneficios privado y lo que de pérdidas para el sector público” pues a pesar de inyectar capital en estas entidades desde el primer momento los estados dejaron claro que no intervendrían en la gestión!
    Además los distintos estados ofrecieron todo tipo de apoyos no convencionales a la banca en una especie de carrera a ver quién aparentaba un sistema financiero más sólido. Bajo el pretexto de la competencia desleal de las entidades nacionalizadas, se idearon toda una serie fe fórmulas de avales y fondos de adquisición de activos “tóxicos” con la finalidad que las entidades financieras nacionales pudieran acceder en mejores condiciones a los inciertos mercados internacionales de capitales. Otro ejemplo es el caso de las garantías de los depósitos bancarios. En octubre del 2008, Irlanda decidió elevar la garantía de depósitos hasta los 100.000 Eur. por depósito. En menos de dos semanas la mayoría de países, incluido, España imitaron la medida para evitar aparentar que su sistema financiero era menos sólido que el irlandés.
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